Alberto Mansueti
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Hay una clase de optimistas perversos, “optimistas sin escrúpulos” les llama el filósofo inglés Roger Scruton en su libro “Los usos del pesimismo, el peligro de la falsa esperanza”. A Dios gracias ya está traducido al español por Editorial Ariel (2010).
Optimistas sin escrúpulos son los “idealistas” de izquierda. Creen o simulan creer en fantasiosas utopías irrealizables, para justificar sus abusos y atropellos en países antes prósperos como Cuba o Venezuela, y convertirlos en espantosos infiernos, peores que el de Dante, de los cuales los pobres condenados tratan por todos los medios de escapar. Otro ejemplo: Rhodesia del Sur, ex “granero de África”, con abundancia increíble en recursos naturales; en 1980 pasó a ser Zimbabwe, bajo la tiranía comunista de Robert Mugabe, y en menos de una década entró en barrena. Ahora más de 6 millones de personas se mueren literalmente de hambre.
Es cierto que los términos “izquierda” y “derecha” surgieron cuando la Revolución Francesa, en 1789, pero sirven para nombrar los dos conceptos claves, antagónicos, y siempre presentes en política, hoy en día como en tiempos muy antiguos: utopismo versus realismo. De acuerdo a Scruton, el pesimismo “razonable” podría servir para moderar en algo los ímpetus de los malvados utopistas, y salvarnos de las calamidades de las izquierdas, violentas y no violentas. A lo largo del libro, nos describe y explica siete “falacias” o mentiras filosóficas, que no obstante son muy populares, en versiones simplificadas, por obra y gracias de los “soñadores” criminales. Resumidamente son:
(1) La falacia de la “solución ideal”. Para cualquier problema real, desde el desempleo hasta las epidemias, pasando por la falta de vivienda, las izquierdas culpan al capitalismo, y presentan su correspondiente propuesta socialista, confiriendo más funciones, poderes y recursos al Gobierno, como “la solución ideal”. Pero sin detenerse para hacer un diagnóstico real y buscar otras soluciones mejores, ni para pensar en las posibles malas consecuencias que podrían suceder, sobre todo tomando en cuenta la naturaleza humana, y la realidad de las cosas. Sin embargo, la gente desprevenida se traga los cuentos; y cuando acuerda, ya es muy tarde.
(2) Sigue la falacia roussoniana inscrita en la famosa frase “hemos nacido en libertad, pero estamos en todas partes encadenados”, por restricciones morales, legales e institucionales que nos esclavizan, las cuales hay que barrer, destruir y pisotear, para liberarnos y ser felices. Este sofisma, compartido por los “ancaps” (anarco-capitalistas), olvida que muchas de esas restricciones no son para impedirnos disfrutar de la libertad, sino para protegerla. Porque no nacemos libres; la libertad es hija de un proceso educativo, que requiere disciplina.
(3) Los utopistas malvados siempre escapan de las críticas con la falacia de los “intereses”. Si Ud. se atreve a mostrar evidencias o argumentos que desmienten los absurdos de las izquierdas, es que Ud. “responde a oscuros intereses”. Así lo descalifican por ser “agente del imperialismo, empleado de la CIA”, o por su condición: Ud. es un oligarca ricachón, o varón, blanco, machista, homofóbico o lo que sea. ¡Como si ellos no tuvieran interés en la defensa del socialismo!
(4) Ligada a la anterior, la falacia de la “suma cero”: sostiene que si hay gente padeciendo hambre es porque otra gente come demasiado; si hay pobres es porque hay ricos; si hay “pueblos indigentes” es porque hay naciones opulentas. El colmo, que Scruton trata a fondo, es esta manera estúpida de ver las cosas, en la educación: si hay niños aplazados es porque otros sacan buenas notas; así que ¡acabemos con el oprobioso y discriminador sistema de calificaciones escolares!
(5) La “planificación central” como panacea universal. La Unión Europea y todos sus costosos organismos burocráticos, esas son las verdaderas cadenas que oprimen. El libro se sirve de muchos ejemplos de oficinas con propósitos absurdos y risibles, impuestos abusivos, y cantidad de reglamentos caprichosos pero tiránicos.
(6) El “progreso” tal como lo entienden las izquierdas es otra falacia, hábilmente manipulada. Ese “progreso” significa lisa y llanamente “más socialismo”. Así que si Ud. se opone a las nuevas tropelías y barbaridades que inventan a diario, Ud. es un “enemigo del progreso”. Si Ud. se atreve a hablar de un retorno al patrón oro, o pretende suprimir burocracias inútiles y estorbosas, o volver al viejo sistema de calificaciones escolares una vez que éstas han sido abolidas: ¡Ud. es un “reaccionario” miserable! ¡Ud quiere “volver atrás el reloj de la historia”!
(7) Por fin la “falacia de la agregación”: sumar siempre es bueno. Hay que sumar cosas, no importa que sean contradictorias o incompatibles, o que sumas de ciertos factores heterogéneos lleven a situaciones peligrosas. Robespierre por ej. dijo que la libertad, la igualdad y la fraternidad son cosas buenas en sí mismas; así que si las sumamos a las tres, entonces ¡el resultado será excelente! Los socialistas en los años ’30 decían que pleno empleo y estabilidad monetaria son ambas cosas buenas; prometieron las dos juntas, ¡por medios inconciliables! Ahora prometen incrementar gastos estatales y a la vez bajar impuestos, ¡y nadie dice nada! El “multiculturalismo” es otro caso: una cultura es buena, dos es mejor, entonces ¡tres o más culturas sumadas y amontonadas es fantástico!
Hasta aquí la lista de Scruton. Si Ud. terminó de leerla, y no va a comprar el libro, porque Ud. cree que el autor se ha quedado corto, la enumeración es incompleta, y faltan muchos otros disparates que se ha guardado en el tintero, o en el keyboard, ¡Ud. tiene razón! Y Scruton ya lo sabe. Pero un solo libro no alcanza para tanto dislate.
Hasta la próxima si Dios quiere.
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