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Wednesday, November 2, 2016

Sobre el fracasado acuerdo de paz en Colombia

Hana Fischer estima que el rechazo del acuerdo de paz en el plebiscito brinda a Colombia una oportunidad para que la paz se fundamente sobre bases más sólidas.
Hana Fischer es analista política uruguaya.
El domingo 2 de octubre los colombianos rechazaron el acuerdo de paz negociado entre el presidente Juan Manuel Santos y las FARC en Cuba. El resultado fue de 50,21% a favor del No y 49,78% que votó el Sí.
Podría parecer que la diferencia entre ambas posturas es mínima. Pero no es así. En una elección el sentir popular se expresa de varias maneras, una de ellas es absteniéndose de votar.
Teniendo en cuenta que en el mencionado plebiscito el 63% de la población no acudió a las urnas, eso significa que únicamente el 18% de los colombianos apoyaron el Sí. Es decir, una ínfima porción.
Por otra parte, teniendo en cuenta la relevancia del tema, es imposible atribuir dicha actitud a la indiferencia. Por consiguiente, la interpretación lógica es que esas personas con su abstención, emitieron un potente mensaje hacia aquellos que negociaron el acuerdo: no les tenemos confianza.
Las razones son varias:



El lugar escogido para negociar fue Cuba, contando con el beneplácito de los hermanos Castro que apoyaron el acuerdo, tal como prueba el hecho de que Raúl haya asistido en persona a la firma del Acuerdo Final en Cartagena. También el chavismo lo respaldó. Conociendo la forma en que ambos regímenes conciben la democracia, ese aval es una advertencia del modo en que podrían evolucionar sus instituciones republicanas si las Farc tomaran el poder.
Santos negoció el acuerdo contando con índices de aprobación muy bajos (alrededor del 29%), por lo que su capital político era exiguo al momento de firmarlo. Por otra parte, en muchos aspectos lo negociado riñe con el sistema republicano y democrático de gobierno.
Uno de los pilares de la paz social, es la garantía  de que todos son iguales ante la ley. La existencia de Justicias diferentes para unos y otros, en rigor, no es Justicia. En consecuencia, no es correcto afirmar que una justicia transicional permitirá la pacificación del país. Esa ley “perdona tutti” a las Farc, difícilmente será aceptada por las víctimas y sus familiares, tal como demuestra la evidencia histórica. Recordemos que sus miembros son culpables de crímenes de lesa humanidad, torturas, abusos sexuales y reclutamiento de menores. Infamias que sobrepasan a las cometidas por las dictaduras militares latinoamericanas de las décadas de 1970-1980. También en estos países se trató de dar vuelta la página otorgando amnistía a los abusadores y el resultado no ha sido el esperado: se sigue clamando por “Verdad, Justicia y castigo a los culpables”. Eso ocurre porque hay ciertas cosas que no son perdonables.
Además, tal como expone Danilo Rojas —presidente del Consejo de Estado (corte encargada de los procesos administrativos), esa justicia transicional acareará inseguridad jurídica. Expresó su preocupación por el futuro de la acción de tutela, el concepto de cosa juzgada, la reparación de las víctimas y otros temas que pueden generar conflictos de competencias con respecto a la justicia ordinaria.
Otro de los mensajes emitidos a través del susodicho acuerdo fue, que el crimen paga, que es buen negocio. Se pueden cometer las más terribles atrocidades y no obstante, ser “premiados”. Plinio Apuleyo Mendoza en una carta abierta a Mario Vargas Llosa detalla lo que obtendrán los FARC: “quedarán eximidos del pago de cárcel a pesar de los atroces delitos que cometieron durante más de 50 años; tendrán 26 curules efectivas en el Congreso, 31 emisoras de radio, canal de televisión, un caudaloso presupuesto para la difusión de su plataforma ideológica y ocuparán vastas zonas de concentración en el país, sin presencia de la Fuerza Pública, y que de hecho se convertirán en pequeños estados independientes para propagar su proyecto socialista”.
Mendoza expresa que además, “las FARC constituyen el tercer cartel mundial de la droga y que no van a renunciar a su millonario negocio. La prueba es que en los dos últimos años de negociación, los cultivos de coca se han duplicado en el país, pues el Gobierno suprimió la fumigación aérea”. Eso significa que el narcotráfico tendría sus propios representantes en el parlamento.
Uno se pregunta: ¿qué sentido de la democracia surge del mencionado acuerdo? ¿Otorgar escaños parlamentarios que no responden al voto popular?
Varias de las actitudes de los líderes de las FARC delatan ese desprecio hacia la democracia y que para ellos no es más que un mecanismo para obtener el poder total, a la manera de Hugo Chávez y acólitos. Aceptaron la realización del plebiscito convencidos que ganaba el Sí por amplia mayoría (así lo indican las encuestas) pero no por auténtica convicción democrática.
Así lo delata el triunfalismo que mostraron al firmar el acuerdo. Lo revela el comunicado que emitió su jefe máximo Rodrigo Londoño, alias “Timochenko", tras conocerse que una mayoría manifestó no estar de acuerdo con el pacto firmado. En un video publicado en línea declaró con arrogancia, que el resultado del plebiscito no tiene efectos jurídicos y que debe ser implementado a pesar de los resultados adversos en los comicios.
El acuerdo fue negociado entre élites sin participación de la sociedad civil. La paz era un objetivo extensamente anhelado, pero… ¿a cualquier precio? ¿Sería pan para hoy y hambre para mañana?
Ese sentir fue expuesto por la colombiana Andrea Ardila. Ella declaró que quedaba “La sensación de un acuerdo no justo para el colombiano común, para los que vivieron atrocidades, para los que de una u otra manera sentían que no podía haber crímenes de lesa humanidad sin un pago mínimamente justo (...) y no de pronto una sensación de paños de aguas tibias para crímenes tan complicados".
Por su parte el secretario general de la OEA Luis Almagro, escribió en su cuenta Twitter que "Es clave que el proceso de paz llegue a todos los colombianos, incluyendo al 60% que no votó. Apoyamos diálogo incluyente. La Paz es obra de todos".
En conclusión, constituyó una buena noticia para Colombia la no aprobación del pacto firmado y una oportunidad para que la paz se cimente sobre bases más sólidas

Wednesday, October 12, 2016

Colombia: la perversa reforma tributaria que se avecina

By: Andrés Londoño

(Colombia.co) Colombia
Aunque en las naciones avanzadas el grueso de la carga tributaria reza sobre las personas naturales y no sobre las empresas, el rango de maniobra en Colombia para balancear las tasas es muy limitado. (Colombia.co)
Se acerca la presentación de una reforma tributaria con la que el Gobierno espera cumplir con la regla fiscal reduciendo el déficit. Todo indica que recurrirán a la facilista y poco creativa estrategia de aumentar impuestos, en un país donde la carga tributaria es excesiva y reinan los tributos antitécnicos.
Uno de los debates centrales es balancear las cargas tributarias entre empresas y personas naturales. La propuesta que se vislumbra en este frente incluiría unir el Cree con el impuesto a la renta. Esta acción sería positiva, pues el Cree ha afectado negativamente a pequeñas empresas que no son intensivas en mano de obra. Sin embargo, el Gobierno planeta disminuir la base de la declaración de la renta.



Aunque en las naciones avanzadas el grueso de la carga tributaria reza sobre las personas naturales y no sobre las empresas, el rango de maniobra en Colombia para balancear las tasas es muy limitado. Por una parte, se estima que alrededor de la mitad de los ocupados en Colombia son trabajadores informales, ergo sus rentas son invisibles para la DIAN. Además, según Iván Daniel Jaramillo, el 70% de los asalariados en el país gana menos de $1’500.000, un ingreso que dificulta el ahorro y la capacidad de pago de tributos.
Bajar la base para el impuesto de renta recargaría el recaudo en una porción limitada de asalariados, a la vez que afectaría las tasas de ahorro. Una economía con menos ahorro tendría menos recursos locales para apalancar obras importantes como las 4G, lo que haría necesario aumentar el endeudamiento externo que ya ronda el 40% del PIB y pone en peligro el grado de inversionista que Colombia se ha ganado.
Un mayor endeudamiento externo aumentaría el déficit en la cuenta corriente, que se deberá cubrir con más recursos externos y mayor déficit fiscal. Esto sería desastroso para la economía. Una alternativa es gravar los ingresos de las personas verdaderamente ricas, como los dividendos o las fundaciones que se usan para adquirir inmuebles y camuflar cierta parte de la renta percibida.

La propuesta más polémica de la reforma que será presentada es aumentar el IVA y aplicarle dicho impuesto a productos de la canasta básica. Dicho impuesto es altamente regresivo: todas las personas, independientemente de su nivel de ingresos, pagan la misma tasa, por lo que quienes ganan menos deben destinar un mayor porcentaje de sus ganancias para sufragarlo. El IVA en Colombia es superior al promedio latinoamericano (16% vs 15%). Aumentarlo atentaría contra la capacidad adquisitiva de las personas y enfriaría la economía.
Colombia sí necesita una reforma tributaria, pero para simplificar el sistema, no para asfixiar más el aparato productivo con impuestos. Existen otras alternativas para balancear las cuentas fiscales, pero el Gobierno parece no querer dedicar muchos esfuerzos para hacerlo.
Una de las alternativas es aprovechar mejor los activos estratégicos. Empresas como Ecopetrol podrían encontrar socios estratégicos o explorar nuevos mercados. Cambiar el enfoque de hidrocarburos hacia la generación de energía podría ser una buena apuesta. El mercado de energía en el vecindario es dinámico, y por poco el último fenómeno del niño empeora la posición de Colombia. Aumentar la generación y comercialización de energía podría aumentar los ingresos fiscales del Gobierno.
Otra estrategia es reducir el gasto. Este Gobierno ha aumentado significativamente los gastos de funcionamiento, especialmente en publicidad. Cometieron el error de no ahorrar durante la bonanza petrolera y hacer a las cuentas oficiales dependientes de un solo commodity. Es necesario revisar las responsabilidades paralelas de agencias gubernamentales y moderar el gasto público.
Por último, combatir el contrabando y la evasión de impuestos incrementaría el recaudo. En este frente hay mucho que hacer en Colombia. Se estima que la evasión del IVA es del 40%, además más de la mitad de la economía es informal. Robustecer a la DIAN podría evitar hacer que quienes sí pagan impuestos paguen por los platos rotos del desbalance fiscal que tiene el Gobierno.
Andrés Londoño Andrés Londoño
Andrés Londoño Botero es economista de la Universidad de los Andes y estudiante de maestría en Políticas Públicas en Hertie School. Síguelo en @andreslondonob.

Monday, October 10, 2016

HISTORIA DEL SOCIALISMO III – Los jesuitas en Colombia

La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
 Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a encontrarse en dos congresos más.
Por Ricardo Puentes Melo

Como ya hemos visto hasta aquí, la Independencia surgió debido al descontento de la aristocracia criolla que buscaba una serie de prebendas que les eran negadas por el virreinato. No es cierto que, como nos lo han enseñado los historiadores eclesiales, la independencia haya surgido de las entrañas del pueblo iletrado y pobre. Mírese por donde se mire, desde el mismo movimiento comunero, la lucha ha estado liderada e ideada por apellidos de familias poderosas que aún hoy se mantienen vigentes en el dominio. Berbeo, Plata, Monsalve, Nariño, Caldas, Acevedo y Gómez, Torres, Vargas, Zea, Galán, entre otros, todos eran apellidos prestantes y de familias adineradas.
Durante los pocos años de la Gran Colombia, el Estado siguió permitiendo el cobro del diezmo y tributos para la manutención del clero. La única medida radical que se tomó fue la supresión de la Inquisición con la subsecuente transferencia de sus bienes y rentas a manos del Estado.
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas

 
La aristocracia esclavista y latifundista solamente tomó partido cuando supo quiénes eran los ganadores; sólo cuando los patriotas ganaron, los aristócratas dejaron sus vestidos realistas y se convirtieron entonces en republicanos; pues tanto ellos como los comerciantes (la naciente burguesía) querían para sí el poder estatal una vez los españoles se fueran.
Durante estos años fue que llegaron las familias Lleras y Samper, por nombrar algunas, quienes se dedicaron al comercio y que, gracias a los convenientes matrimonios de algunos de sus miembros con la élite, pronto entraron a formar parte de la vida política de la nación. Tanto estos comerciantes, como la aristocracia rancia prolongaron durante varias décadas las instituciones que les ayudaban a mantener el control del Estado y sus rentas.
El asunto es que la rapiña de los independentistas los hizo olvidarse de que los jesuitas estaban al asecho, esperando la más mínima oportunidad para reencaminar a los libres hacia la cobertura papal. Inmediatamente, Portugal y España consiguieron el apoyo de Roma para recuperar las colonias perdidas, y así firmaron lo que se conoce como la “Santa Alianza”, un pacto para impedir que en ninguna de sus colonias perdidas se estableciera un régimen de libertades semejante al norteamericano.
Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a encontrarse en dos congresos más.
El siguiente Congreso ocurrió en Verona, 1822. Durante esta reunión, se decidió que Estados Unidos sería el blanco de los emisarios jesuitas encubiertos y que los principios constitucionales de esta nación serían destruidos a cualquier precio. Se buscaba que el papa ejerciera su poder allí y, al mismo tiempo, que los monarcas de Portugal y España estuvieran seguros de que los protestantes norteamericanos no influirían ideológicamente en Sudamérica, donde durante siglos se había adiestrado al pueblo en la obediencia y sometimiento total y ciego al poder temporal del papa.
La siguiente reunión se llevó a cabo en Chieri, Italia, en 1825. Allí, “se discutieron planes para el avance del poder Papal en todo el mundo, la desestabilización de gobiernos que representaran obstáculos y la destrucción de cualquier esquema que se interpusiera en su camino y sus ambiciones. “Esa es nuestra meta, los Imperios del Mundo. Debemos hacerles entender a los grandes hombres de la tierra que la causa del mal, levadura leuda, existirá en cuanto exista el protestantismo. Se abolirá el Protestantismo …los herejes son los enemigos que estamos dispuestos a exterminar completamente… Y la Biblia, esa serpiente que con su cabeza erecta y sus ojos relampagueantes nos amenaza con su veneno mientras se arrastra en la tierra, debe ser transformada en un bastón tan pronto podamos apoderarnos de ella””  (Hector Macpherson, Los Jesuitas en la Historia , Ozark Book Publishers,1997)
El ministro británico George Canning, filtró la información de los planes del Vaticano
El ministro británico George Canning, filtró la información de los planes del Vaticano
Estas tres reuniones (Viena, Verona y Chieri) se llevaron a cabo en medio del mayor sigilo posible. Sin embargo, George Canning, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, había asistido a las reuniones y, siendo un defensor de los movimientos independentistas de América, escribió al gobierno de Estados Unidos para alertarlo sobre los planes de los monarcas de Europa quienes buscaban destruir las instituciones libres del continente americano.
Thomas Jefferson apoyó decididamente al presidente James Monroe quien, en su mensaje anual al Congreso de los Estados Unidos, en 1822, declaró que “el más leve intento de las coronas europeas de extender su dominación política a cualquier parte del territorio americano, será visto como un acto de agresión contra los Estados Unidos de Norteamérica”, y que “el continente no podrá ser objeto de futuras colonizaciones”.
Los jesuitas juraron no cejar hasta destruir los principios democráticos que inspiraron la independencia norteamericana; pocos años después, iniciarían su dominio subrepticio en Estados Unidos usando la conspiración y valiéndose de los mismos principios de la Constitución norteamericana para expandir el delito y el caos en Estados Unidos. Ellos se han infiltrado en todos los estamentos de poder en Norteamérica y han logrado lo que precisamente la doctrina Monroe trataba de evitar. El poder del Vaticano se encuentra hoy sobre Estados Unidos, y tanto el papa como sus gestores han sabido utilizar astutamente el ejército norteamericano para conseguir por la fuerza lo que su poder financiero no ha alcanzado. Y bien temprano en la historia de ese país, la Compañía de Jesús empezó su trabajo. Fueron ellos quienes asesinaron a Abraham Lincoln en 1865. Más adelante hablaremos de ello.
En una carta al Presidente Monroe, Thomas Jefferson le hizo las siguientes observaciones:
La pregunta que me presentas en las cartas que me has enviado, es la más profunda que me han hecho después de la relacionada con la Independencia. Ella nos hizo una nación y ha marcado el ritmo y la dirección en la que navegaremos a través del océano del tiempo a medida que el mismo se abre ante nosotros. Y nunca podríamos navegarlo en condiciones más apropiadas. Nuestra primera y más fundamental regla debe ser el no envolvernos en los asuntos de Europa. La segunda debe ser nunca utilizar a Europa como intermediaria en los asuntos de este lado del Atlántico. América, Norte y Sur tienen unos intereses completamente diferentes de los de Europa, intereses que le son particulares. Por tanto debe tener un sistema propio, separado y completamente aparte del sistema Europeo. Aunque los europeos traten de convertirse en el hogar del despotismo nuestra tarea debe ser hacer de nuestro hemisferio, un hemisferio de libertad. . . [Es nuestra obligación] declarar nuestra protesta en contra de las violaciones atroces de los derechos de las naciones, por la interferencia de cualquiera de ellas en los asuntos internos de la otra, intervención que comenzó con Bonaparte y que hoy día continúa por parte de aquellos que llevan a cabo alianzas ilegales llamándose a sí mismos Santos”. (Archivos de la Universidad de Mount Holyoke).
El presidente James Monroe, fuerte defensor de la independencia, y opositor de los planes de la monarquía y el vaticano para someter de nuevo a las naciones liberadas
El presidente James Monroe, fuerte defensor de la independencia, y opositor de los planes de la monarquía y el vaticano para someter de nuevo a las naciones liberadas
Toda buena intención quedó malograda. Los jesuitas colocarían a sus hombres en posiciones de riqueza y poder ya que tenían los medios para hacerlo. Lograrían que sus infiltrados usaran su influencia para inducir a los norteamericanos a la subversión, a la inmoralidad y a la destrucción de cualquier principio cristiano incluido en la Constitución de Estados Unidos.
Entretanto, en Sudamérica, con la batalla de Ayacucho en 1824 –dos años después de la declaración de Monroe- el territorio hispanoamericano (excepto Cuba y Puerto Rico) quedaba totalmente libre del yugo de la monarquía española.
Después, los enfrentamientos ideológicos entre Santander y Bolívar llevaron a que éste último se convirtiera en dictador. La diferencia básica entre Santander y Bolívar radicaba en que Bolívar y sus seguidores (principalmente militares venezolanos) querían que fueran los militares quienes ejercieran el poder; ellos veían con recelo que los civiles –que no habían tomado las armas en la guerra- fueran a gobernarlos a ellos. Por su parte Santander y sus seguidores defendían una tradición civilista, donde los civiles ejercieran el control creando un sistema de leyes bajo las cuales todos –militares y civiles- quedaran sujetos. Los bolivarianos no querían que se ejercieran libertades individuales ya que sentían temor de posibles excesos. Era obvio que los bolivarianos estaban influenciados por las doctrinas jesuíticas.
Otra diferencia era que Santander era partidario de un gobierno federalista, donde cada región tuviera autonomía presupuestaria (algo inspirado en el proceso estadounidense), y Bolívar prefería un gobierno centralista con concentración del poder en una sola persona. Otro principio jesuítico.
Este era el conflicto cuando fue convocada la Convención de Ocaña de 1828, donde se buscaba reformar la constitución boliviana de 1821. Una minoría bolivariana, 17 contra 54 santanderistas, logró sabotear la decisión democrática de la mayoría. Las reuniones de la convención estuvieron cargadas de insultos y amenazas… la Gran Colombia quedó dividida en dos bandos opuestos, bolivarianos y santanderistas, y Bolívar asumió como dictador. Pronto, el “Libertador” colocó nuevamente la educación en manos de los Jesuitas de la Iglesia Católica, reforzando su poder político y financiero para que el clero, a su vez, lo apoyara a él; subió los impuestos (tributos) a los indígenas y benefició grandemente los intereses de los aristócratas latifundistas, que eran de su misma clase.
Francisco de Paula Santander, un civilista por excelencia. No obstante, perdió frente a la presión masónica del papado.
Francisco de Paula Santander, un civilista por excelencia. No obstante, perdió frente a la presión masónica del papado.
Así, surgió nuevamente la guerra civil de la cual salió fortalecida la iglesia Católica y, como no, las clases dominantes que consolidaron su poder apoyadas por el clero.
Básicamente, durante la Gran Colombia, la iglesia católica había perdido su control directo sobre el sistema educativo. Aunque durante el gobierno de Santander, él expropió a los jesuitas del Colegio Mayor de San Bartolomé y éste pasó a manos del Estado, a los sacerdotes se les permitió seguir enseñando y se utilizaban métodos jesuitas para la enseñanza; fue evidente para los éstos que si no lograban retomar el control del sistema educativo, pronto quedarían excluidos de éste. La Universidad Central fue creada y se nombró como rector al conservador católico Rufino Cuervo Barreto y como vicerrector a su primo, el obispo Silvestre Indalecio Barreto y Martínez; se fundaron universidades públicas.
Sin embargo, como también vimos antes, la posición de Santander cambió durante un posterior gobierno suyo (1832-1835) debido a la presión directa que ejerció el Papa quien aceptó reconocer la independencia de Colombia siempre y cuando Santander no tocara los privilegios de la Iglesia. Santander claudicó y, así, todo tuvo un buen resultado para los jesuitas.
Por otro lado, si bien Bolívar intentó congraciarse con la Compañía de Jesús, ellos jamás le perdonaron su intentona para librarse del control de la Orden. Aunque en los años de su dictadura –que fueron los últimos de su vida- Bolívar había restituido el control total de la educación a la Iglesia, amén de las prebendas ya mencionadas, el 17 de diciembre de 1830, finalmente, Simón Bolívar, el gran tirano de Sudamérica, muere traicionado por los mismos a quien él intentó traicionar. La masonería invisible, la de los altos rangos que controlan el Vaticano, el capital y la política internacional, no le perdonaría a Bolívar su tentativa de prevaricación contra ellos: sus patrocinadores.
Muchas personas e investigadores creen erróneamente que la masonería y la Iglesia Católica son acérrimas enemigas. Pero eso no es cierto, es un ardid. Lo real es que la alta masonería (llámelos Iluminatti, Club Bilderberg, masonería invisible, etc) controlan prácticamente todos los estamentos de poder supranacionales: La ONU, HRW, el Concejo de Relaciones internacionales de Estados Unidos, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y muchas organizaciones más entre las que se encuentra –por supuesto- el Vaticano.  Dentro de la Iglesia Católica, los jesuitas son el cuerpo especial que decide sobre las finanzas de la Santa Sede, controla al papa y guía su política internacional de tal manera que responda a los intereses que persiguen el control total.
Dentro de esa dinámica, los jesuitas de alto rango –que pertenecen a las entrañas del poder- han fungido
Adam Weishaupt, jesuita fundador de los Iluminatti
Adam Weishaupt, jesuita fundador de los Iluminatti
coordinadamente como asesores espirituales de gobernantes, y han definido en muchísimos casos el rumbo que ha tomado la historia. Los jesuitas de alto rango, que casualmente son de origen judío, igual que el fundador de la Orden –Ignacio de Loyola- y que el creador de los Iluminati, Adam Weishaupt, quien, el 1 de Mayo de 1776,  fundó la Orden de los Iluminati en el antiguo fuerte Jesuita de Bavaria. Ya tendremos oportunidad de profundizar en esto.
Los jesuitas, que nunca han dejado de vengar sus expulsiones en los países donde ha sucedido, tampoco dejaron de ejecutar su desquite contra Colombia. El sueño de controlar las naciones tampoco ha claudicado, y por eso vemos que las banderas del expansionismo siguen ondeando bajo el discurso de Hugo Chávez quien aspira, con una clarísima política jesuítica, revivir la Gran Colombia para llevar las cinco naciones –bajo las banderas socialistas del Vaticano- a ofrecerlas como ofrenda expiatoria al papa nazi Ratzinger. Sí.. como dijo, Schmaus, el prelado alemán en tiempos de Hitler, “las leyes del nacional socialismo y las de la Iglesia Católica tienen el mismo objetivo”. No es casualidad que Ratzinger haya sido seguidor de Hitler. No es casualidad que Chávez sea un socialista católico, represor de las libertades individuales. No es casualidad que la revolución bolchevique haya sido diseñada por la Orden, con el auspicio financiero de los judíos Rothschilds.  En realidad, nada ocurre por casualidad.
Así, en el año de 1831, después de la muerte de Bolívar y disuelta la Gran Colombia, nace la Nueva Granada. Doce años después de la batalla de Boyacá aún no había ocurrido la independencia de los pobres, no se habían roto sus cadenas, ni jamás se romperían. Con una Iglesia Católica reforzada y aliada con las clases dominantes para continuar con la subyugación de los pobres, los ideales de verdadera libertad y democracia se diluyeron de inmediato dejando vigente la misma estructura económica y social de la Colonia. La única diferencia fue el cambio de mando de los europeos a los criollos, los oligarcas nacidos en suelo americano. Todo el armazón de dominación siguió intacto: los privilegios de clase, los diezmos a la iglesia católica, los monopolios, la dominación de la oligarquía y su derecho para legislar y para establecer las condiciones económicas, políticas y sociales que redundaran en su propio beneficio y que aseguraran su permanencia en el poder durante generaciones hegemónicas, todo eso sirvió a los propósitos del Vaticano que pudo dominar fácilmente a los nuevos dueños de las repúblicas.
Nada había cambiado. Los jesuitas habían ganado de nuevo.

GRACIAS A COLOMBIA

Colombia rechaza totalmente las tentaciones del infierno que se les ofrece del dulce cantor del comunismo que mató a cientos de miles de personas y que está listo de nuevo para poner al mundo en un enorme campo de concentración
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Por Kitty Sanders
Santos y la marihuana
Hoy quiero hablar con ustedes sobre un tema. Pero primero quiero citarles una frase, que no me puedo sacar de la cabeza. No es una cita de un gran filósofo, sino de un colombiano, Alejandro Jaramillo de 35 años. Esta cita tocó mi corazón.
“No quiero enseñar a mis hijos que TODO puede ser perdonado”. Esta cita se refiere a “Impacto en Colombia”. Que el “No” ganó el plebiscito, y se cayó el acuerdo de paz con las FARC. Colombia, ha logrado una votación histórica por la paz con los terroristas de ultra izquierda FARC, quienes durante décadas mantuvieron al país en el miedo, mataron a cientos de miles de personas y privaron de viviendas a millones de familias.


FARC disfrutaba del apoyo de Cuba y Venezuela, por razones obvias, y es que estos estados controlan la mayor parte de las organizaciones de ultra-izquierdas en la región. Hace pocos años atrás, la prensa mundial exhibió una foto donde Hugo Chávez abrazó a Iván Márquez, un funcionario superior de los terroristas de izquierda colombianos. También Cuba en todas las formas presionó este acuerdo, e incluso las conversaciones oficiales entre las autoridades colombianas y los terroristas detenidos en La Habana, donde las FARC “se sienten seguros”. El interés de Cuba es comprensible: desde el tiempo de la revolución, fue la vanguardia del régimen soviético en América Latina, tras de ella pasó todo el dinero y supervisó la situación en América Latina. Es obvio, que ahora Cuba quiere recuperar su influencia.
A partir de Colombia la firma de este acuerdo de paz fue presionada por el actual presidente Santos, quien ha hecho una transformación asombrosa. Anteriormente, cuando el poder estaba en manos de Álvaro Uribe, fue Ministro de Defensa de Colombia, y era conocido como un “halcón”. Santos denunció a FARC y otros grupos de izquierda, condenó a los terroristas, llamó a luchar contra ellos hasta la victoria total y, en la general, fueron al mismo vector “irreconciliable” como Uribe. Después de haber ganado la confianza del presidente y de la nación, Santos fue elegido presidente en 2010. Tomó un poco de tiempo – y la retórica ha cambiado radicalmente. Inicio una conversación sobre la paz y las concesiones para Venezuela que casi escupió en la cara de Colombia, que oculta en sus territorios a cientos de combatientes, humillar la dignidad nacional de Colombia y financian directamente a los terroristas de la FARC. Santos lo soportó. Uribe dijo que él estaba equivocado. Y es allí donde entonces se ha comenzado a hablar respecto del discurso sobre la paz.
Lo curioso es que han comenzado hablar sobre la paz cuando los terroristas comenzaron a perder: Es bien sabido que en el período 2008 – 2010 los comunistas tuvieron una serie de importantes derrotas. Los grandes jefes militares comenzaron a entregarse voluntariamente a las autoridades colombianas – por ejemplo, una comunista conocida como Karina (Ávila Moreno) quien se rindió en el año 2008. Era necesario poner un apretón solo un poco más, y en el período 2014 – 2015 el país habría llegado al mundo sin las FARC. Pero Santos se desvió hacia el otro lado.
¿Qué ha pasado? Muchos colombianos dicen que Santos está muy atraído, más aún, ama el dinero de la droga, la narco política (similar a la que conduce Evo Morales en Bolivia). Otros – que es un comunista secreto. No quiero presentar ningún cargo y no creo que sea un comunista. En general, no creo que Santos tenga convicciones. Por lo tanto, supongo que simplemente no es un hombre de principios, que está fuertemente atraído por la perspectiva de pasar a la historia como un “pacificador”.
Santos y la marihuana
Santos y la marihuana
Para esto título está dispuesto a obligar a la nación a que se olvide de la sangre y el sufrimiento, está listo para legalizar a los asesinos y terroristas, está dispuesto a abandonar los criterios claros de bueno y malo, y él es aún listo para ir en contra del referéndum. En realidad, ya se ha ido en contra, diciendo que una tregua con los terroristas continuará, a pesar de los resultados de la votación.
Sr. Santos, ¿qué camino habrás de tomar? La historia conoce muchos casos cuando el líder populista, diciendo que él es un servidor del pueblo, se negó a llevar a cabo la voluntad de la nación, en cuanto está en contradicción con sus propios deseos. La mayoría de estos líderes terminan muy mal. Especialmente si se complementa por la incapacidad de llevar a cabo la voluntad del pueblo, han coquetearon con el diablo. ¿Y de qué otra manera se puede llamar a la fuerza que mata y secuestra a las personas, dejando a los niños huérfanos sin padres y madres, destruyendo sus casas familiares y dejando a la nación sin esperanza?
Por supuesto, en este contrato de la paz hay una gran cantidad de hermosas palabras. Los terroristas están “obligados” a abandonar la lucha armada, a entregar sus armas, detener el tráfico de drogas, y poco a poco formar un partido político. Dijeron que iban a pagar reparaciones a las víctimas del conflicto de sus propios fondos. El 27 de septiembre el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, conocido como Timochenko, pidió perdón a las víctimas en nombre de su grupo terrorista
¿Se supone que después de estas palabras las familias de las víctimas deben comenzar a sonreír y perdonarlo?
Y ¿qué pasa con aquellos que no pueden ni sonreír, ni perdonar? ¿Aquellos que han sido asesinados por los terroristas – por razón que el dueño de la tienda no pagó tributo a ellos, porque el agricultor no les dio su tierra, por la madre que guarda a su hija porque querían violarla?
Me gustaría hacerle esta pregunta a Timochenko. También me gustaría preguntarle: “¿Asesino, usted todavía conserva la capacidad de soñar? ¿ Y el sueño de los que mataste? “. Pero la mayor parte de todo lo que me gustaría ver es que Timochenko y toda su banda simplemente dejara de existir.
De hecho, incluso si deja las emociones, el propio contrato es simplemente ridículo. También es ridículo, como el gobierno de Estados Unidos que intenta pacificar Afganistán a través de “contratos con el ala moderada de los talibanes” y su transformación en un partido político. ¿Usted sabe cuál fue el resultado? Ellos sólo empezaron a matar aún más, ya que el Talibán tomó el control de más territorio. Debido a que los que están hablando de una alianza con el mal en la esperanza de encontrar la paz y la seguridad, adquirirán solamente la guerra y aún peor dolor. ¿Por qué estoy tan segura?
Debido a que son las verdades conocidas por todos. Dale, no todos son muy conscientes de la ciencia política y la historia del terrorismo comunista, pero creo que todo el mundo ha leído la Biblia. Todo lo que dicen, era conocido en aquellos días. Permítanme recordarles las palabras del libro de Jeremías:
“Porque desde el menor hasta el mayor, todos ellos codician ganancias, y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño. Y curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: “Paz, paz, pero no hay paz.…” (Jeremias 6:13-14)
Así que sí, mis amigos. La tregua sólo conduciría a consecuencias peores, porque la paz no se presenta con las FARC. FARC no quiere la paz. FARC necesita poder. Al igual que los talibanes y el estado islámico. No habría pasado nada. Por otra parte, que las “iniciativas de paz” en Colombia han sido muchas, y todas ellos terminaron previsiblemente: la FARC violan a estos contractos, a través del matar o secuestrar personas.
La gente salió a marchar contra Santos y su proceso de "paz"
La gente salió a marchar contra Santos y su proceso de “paz”
Así que estaba muy satisfecho con la respuesta de la nación colombiana sobre la cuestión de la paz con las FARC. Esta respuesta es – NO.
NO a tregua falsa con los terroristas.
NO a la creación del partido de izquierda criminal y corrupto, que va a comprar toda las facciones con el dinero que hizo con la sangre de los colombianos y el terrorismo.
NO a la “paz” en el que las concesiones irán únicamente a cargo de las personas que respetan la ley, son la policía y los militares; mientras que las FARC continuarán chantajeando al “retorno a las viejas maneras”.
NO a Manuel Santos.
Gracias a Colombia!
Mientras que la “comunidad internacional” está mirando seriamente con cuáles demonios del infierno celebrarpan un arreglo para derrotar al diablo, y discute cómo disponer de cómodos terroristas en sus territorios, un pequeño país de América Latina muestra la forma de pensar y de vivir. Colombia rechaza totalmente las tentaciones del infierno que se les ofrece del dulce cantor del comunismo que mató a cientos de miles de personas y que está listo de nuevo para poner al mundo en un enorme campo de concentración.
Durante el referéndum, uno de los colombianos dijo: “No quiero enseñar a mis hijos que todo puede ser perdonado.” El mundo entero debe recordar esta frase. Colombia, gracias por recordarnos lo que es correcto y lo que no lo es.

Friday, October 7, 2016

El No da a Colombia la oportunidad de una paz verdadera

By: Hana Fischer - 

(FARC-EP) Colombia
En una elección el sentir popular se expresa de varias maneras, una de ellas es absteniéndose de votar. (FARC-EP)
El domingo dos de octubre los colombianos rechazaron el acuerdo de paz negociado entre el presidente Juan Manuel Santos y las Farc en Cuba. El resultado fue de 50,21 % a favor del No y 49,78 % que votó el Sí.
Podría parecer que la diferencia entre ambas posturas es mínima. Pero no es así. En una elección el sentir popular se expresa de varias maneras, una de ellas es absteniéndose de votar. Teniendo en cuenta que en el mencionado plebiscito el 63 % de la población no acudió a las urnas, eso significa que únicamente el 18 % de los colombianos apoyaron el Sí. Es decir, una ínfima porción.
Por otra parte, teniendo en cuenta la relevancia del tema, es imposible atribuir dicha actitud a la indiferencia. Por consiguiente, la interpretación lógica es que esas personas con su abstención, emitieron un potente mensaje hacia aquellos que negociaron el acuerdo: no les tenemos confianza.



Las razones son varias

El lugar escogido para negociar fue Cuba, contando con el beneplácito de los hermanos Castro que apoyaron el acuerdo, tal como prueba el hecho de que Raúl haya asistido en persona a la firma del Acuerdo Final en Cartagena. También el chavismo lo respaldó. Conociendo la forma en que ambos regímenes conciben la democracia, ese aval es una advertencia del modo en que podrían evolucionar sus instituciones republicanas si las FARC tomaran el poder.
Santos negoció el acuerdo contando con índices de aprobación muy bajos (alrededor del 29 %), por lo que su capital político era exiguo al momento de firmarlo. Por otra parte, en muchos aspectos lo negociado riñe con el sistema republicano y democrático de gobierno.
Uno de los pilares de la paz social es la garantía  de que todos son iguales ante la ley. La existencia de Justicias diferentes para unos y otros, en rigor, no es justicia. En consecuencia, no es correcto afirmar que una justicia transicional permitirá la pacificación del país. Esa ley “perdona tutti” a las FARC, difícilmente será aceptada por las víctimas y sus familiares, tal como demuestra la evidencia histórica.
Recordemos que sus miembros son culpables de crímenes de lesa humanidad, torturas, abusos sexuales y reclutamiento de menores. Infamias que sobrepasan a las cometidas por las dictaduras militares latinoamericanas de las décadas de 1970-1980. También en estos países se trató de dar vuelta la página otorgando amnistía a los abusadores y el resultado no ha sido el esperado: se sigue clamando por “Verdad, Justicia y castigo a los culpables”. Eso ocurre porque hay ciertas cosas que no son perdonables.
Además, tal como expone Danilo Rojas -presidente del Consejo de Estado (corte encargada de los procesos administrativos), esa justicia transicional acareará inseguridad jurídica. Expresó su preocupación por el futuro de la acción de tutela, el concepto de cosa juzgada, la reparación de las víctimas y otros temas que pueden generar conflictos de competencias con respecto a la justicia ordinaria.
Otro de los mensajes emitidos a través del susodicho acuerdo fue, que el crimen paga, que es buen negocio. Se pueden cometer las más terribles atrocidades y no obstante, ser “premiados”. Plinio Apuleyo Mendoza (escritor, periodista y diplomático colombiano) en una carta abierta a Mario Vargas Llosa detalla lo que obtendrán los FARC:
Quedarán eximidos del pago de cárcel a pesar de los atroces delitos que cometieron durante más de 50 años; tendrán 26 curules efectivas en el Congreso, 31 emisoras de radio, canal de televisión, un caudaloso presupuesto para la difusión de su plataforma ideológica y ocuparán vastas zonas de concentración en el país, sin presencia de la Fuerza Pública, y que de hecho se convertirán en pequeños estados independientes para propagar su proyecto socialista.
Mendoza expresa que además, “las FARC constituyen el tercer cartel mundial de la droga y que no van a renunciar a su millonario negocio. La prueba es que en los dos últimos años de negociación, los cultivos de coca se han duplicado en el país, pues el Gobierno suprimió la fumigación aérea”. Eso significa que el narcotráfico tendría sus propios representantes en el parlamento.
Uno se pregunta: ¿qué sentido de la democracia surge del mencionado acuerdo? ¿Otorgar escaños parlamentarios que no responden al voto popular?
Varias de las actitudes de los líderes de las FARC delatan ese desprecio hacia la democracia y que para ellos no es más que un mecanismo para obtener el poder total, a la manera de Hugo Chávez y acólitos. Aceptaron la realización del plebiscito convencidos que ganaba el Sí por amplia mayoría (así lo indican las encuestas), pero no por auténtica convicción democrática.
Así lo delata el triunfalismo que mostraron al firmar el acuerdo. Lo revela el comunicado que emitió su jefe máximo Rodrigo Londoño, alias “‘Timochenko’, tras conocerse que una mayoría manifestó no estar de acuerdo con el pacto firmado. En un video publicado en línea declaró con arrogancia, que el resultado del plebiscito no tiene efectos jurídicos y que debe ser implementado a pesar de los resultados adversos en los comicios.
El acuerdo fue negociado entre élites sin participación de la sociedad civil. La paz era un objetivo extensamente anhelado, pero… ¿a cualquier precio? ¿Sería pan para hoy y hambre para mañana?
Ese sentir fue expuesto por la colombiana Andrea Ardila. Ella declaró que quedaba:
La sensación de un acuerdo no justo para el colombiano común, para los que vivieron atrocidades, para los que de una u otra manera sentían que no podía haber crímenes de lesa humanidad sin un pago mínimamente justo […] y no de pronto una sensación de paños de aguas tibias para crímenes tan complicados.
Por su parte el secretario general de la OEA Luis Almagro, escribió en su cuenta Twitter que “Es clave que el proceso de paz llegue a todos los colombianos, incluyendo al 60 % que no votó. Apoyamos diálogo incluyente. La Paz es obra de todos”.
En conclusión, constituyó una buena noticia para Colombia la no aprobación del pacto firmado y una oportunidad para que la paz se cimente sobre bases más sólidas.

Wednesday, October 5, 2016

Colombia y la utopía de García Márquez

Conocí Colombia ya casi para finalizar 1994. Recién había sido electo el presidente Ernesto Samper y esa primera invitación para impartir una conferencia en un congreso en Cartagena sería la puerta de entrada que me permitió visitar gran parte de su territorio.

Después de México, ha sido Colombia el país que más he caminado. Caminé en sus valles y también en sus costas y montañas. Conocí a Germán Castro Caycedo, primero a través de sus libros y después tuve la oportunidad, en un par de ocasiones, de dialogar con él en persona.

Viví la Colombia del secuestro, el crimen organizado, los cárteles de la droga y el profundo dolor de sus ciudadanos. También viví la Colombia valiente y emprendedora. Me enamoré de Colombia.

Aún recuerdo el calor agotador de Montería, el Bolívar Cóndor de Manizales, la fuerza emprendedora de Medellín, la apasionante Bogotá, la belleza de Cartagena, Ibagué y su tradición musical y, aunque en visitas muy rápidas, también conocí Barranquilla, Cali, Cúcuta y Armenia.

La primera vez que me ofrecieron un tinto dije que no, pues no terminaba de amanecer y al poco rato aprendí que ese tinto era un café.

Visité la Colombia que por años y a diferencia de casi toda América Latina había mantenido estabilidad en el tipo de cambio. Entonces la venta de pisos y bienes inmuebles era lo de moda.

Transitar por carretera era de altísimo riesgo y cuando en México las historias de Colombia sonaban muy lejanas, en el aeropuerto del Dorado, en Bogotá, las revisiones eran el pan de cada día y también la presencia de perros para detectar el tráfico de drogas.

Después de esa primera estancia vendrían años aún más dolorosos. Recuerdo el éxodo de decenas de colombianos a otros países. No tardaron mucho en llegar las dificultades económicas y la caída de las cabezas de poderosos cárteles de la droga rompió circuitos financieros y también la esperanza de diversos grupos de la población.

Visité Colombia con ocupaciones hoteleras casi al tope y tiempo después también conocí el silencio en sus calles, los vacíos en sus hoteles y la baja participación en ferias del libro que años atrás convocaban a cientos de lectores y protagonistas de la cultura a nivel mundial.

Después de recorrer algunos territorios de Colombia recuerdo que me atreví, frente a un grupo de empresarios mexicanos, a advertir que lo que allá se vivía podía suceder en nuestro país si no aprendíamos las lecciones. Lo que menos me dijeron fue que mis comentarios eran catastróficos y auguraban un desastre donde no lo había. Que simple y sencillamente no existía condición alguna de vivir ni remotamente lo que entonces llevaban sufriendo por años los colombianos.

Fue en aquellos años cuando leí La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo y también La bruja, de Castro Caycedo, que por cierto no pude soltarlo hasta terminar su última página. Regresar a Colombia era siempre regresar a la búsqueda de un nuevo texto de Germán Castro, quien en su momento me compartió de su estancia en México y su colaboración con el periódico Excélsior.

Después de los años en que gobernaron el expresidente Ernesto Samper y el expresidente Andrés Pastrana, empezaría la era del expresidente Álvaro Uribe y con ello una profunda transformación de Colombia y la recuperación de su esperanza y amplios pedazos de legalidad y certeza.

Para el presidente Juan Manuel Santos los desafíos han sido enormes y las decisiones que ha debido tomar, también.

Escribo estas líneas justo cuando los colombianos están votando a favor o en contra de los acuerdos de paz con las FARC.

Horas más tarde nos enteramos de la respuesta de quienes acudieron a las urnas: 50.22 por ciento de los colombianos fue por el NO, y en ciudades como Medellín el NO llegó hasta 63 por ciento.

Frente a estos resultados el presidente Santos afirmó: “Como jefe de Estado soy el garante de la estabilidad de la nación y esta decisión democrática no debe dañar dicha estabilidad”.

El máximo líder de las FARC, en breve declaración, pronunció que “mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia la paz”.

Al escribir estas líneas he vuelto a caminar Colombia y siento la nostalgia de no haber regresado y, a la vez, me siento afortunada y profundamente agradecida con este país que tantas lecciones me dio de no rendición y de un espíritu emprendedor a prueba de todo.

Desde este espacio los abrazo, recordando las palabras de Gabriel García Márquez: “Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.

Uribe se queda con la llave de la paz en Colombia tras la derrota del pacto

Por Juan Forero y Kejal Vyas

BOGOTÁ— Álvaro Uribe Vélez encontró el cuerpo de su padre lleno de balas en la hacienda de la familia en 1983. Rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lo habían matado en un intento de secuestro.
Cuando se convirtió en presidente de Colombia 19 años después, Uribe dirigió una ofensiva militar contra las guerrillas. Este fin de semana, ayudó a desbarrancar un plebiscito que habría sellado un tratado de paz entre su sucesor, Juan Manual Santos, y el grupo rebelde marxista.
El impresionante resultado del plebiscito sitúa a Uribe, hoy de 64 años, en un papel protagónico a la hora de decidir qué va a suceder ahora. Algunos colombianos lo consideran la única persona capaz de renegociar el pacto con las FARC de una forma que convenza a quienes piensan que el gobierno de Santos ha sido demasiado blando con los rebeldes que han atrapado a Colombia en un conflicto armado durante 52 años.


El domingo en la noche, Santos dijo que todas las fuerzas políticas —en una clara alusión a Uribe, otrora un aliado— tendrán que decidir “entre todos cuál es el camino que debemos tomar”. Los rebeldes, que hablaron desde La Habana, prometieron no retomar las armas y dijeron que anhelan la paz.
El lunes, el líder de las FARC Rodrigo Londoño hizo un llamado para que se siguiera adelante con el acuerdo de paz el cual, agregó, no podrá deshacerse pese al voto del domingo. “La paz con dignidad llegó para quedarse”, afirmó.
Uribe también adoptó un tono magnánimo tras conocerse el triunfo del “No” en el plebiscito al señalar que “todos queremos la paz. Ninguno quiere la violencia”. El ex mandatario solicitó protección para los miembros de las FARC que expresaron sus temores de ser atacados por paramilitares y manifestó que su partido Centro Democrático quiere “contribuir a un acuerdo nacional” para resolver el conflicto.
Por medio de una portavoz, Uribe se abstuvo de comentar sobre sus próximos pasos.
La paz pondría fin al último conflicto guerrillero de América Latina, en un país de 49 millones de habitantes que muchos inversionistas consideran que tiene un gran potencial de crecimiento y prosperidad. Los colombianos concuerdan en que la disolución de las FARC permitiría el desarrollo de la infraestructura y la inversión en los agronegocios en amplias zonas rurales.
El gobierno de Barack Obama, que respaldó el acuerdo de paz, vio la conclusión de las negociaciones como un ejemplo de éxito de una guerra contra el terrorismo apoyada por Estados Unidos hasta el punto de haber ayudado a debilitar a los rebeldes al punto que hayan optado por las conversaciones de paz. La Unión Europea, el papa Francisco y los gobiernos en toda América Latina, en particular Venezuela y Cuba, también respaldaron fuertemente las negociaciones.
El rechazo del pacto abre difíciles interrogantes que los funcionarios del gobierno colombiano y los rebeldes aún tienen que responder. Hasta el momento, los rebeldes han dicho que están comprometidos con la paz a pesar del revés. Sin embargo, muchas personas aquí se preguntan cuánto tiempo se mantendrá el compromiso con la paz, o si un nuevo acuerdo es posible y cuánto tiempo podría tomar.
Los votantes por el “No” querían que los comandantes de las FARC pasaran un tiempo en la cárcel por sus crímenes, tuvieran prohibido ocupar escaños en el Congreso y renunciaran a tierras y dinero mal habidos. Los partidarios del “Sí”, por su parte, sentían que los costos del acuerdo valían la pena a cambio de la paz.
Uribe recorrió Colombia desde el momento en que Santos anunció las negociaciones de paz con las FARC en 2012, diciéndoles a los electores que era posible negociar un pacto más riguroso con los rebeldes.
En una entrevista con The Wall Street Journal, Uribe dijo el mes pasado que el acuerdo estrangularía el crecimiento económico al requerir un gasto sustancial, y a la vez otorgaría a las FARC un partido político que podría conducir a la instalación de un gobierno de extrema izquierda.
Aun así, “nadie está diciendo que queremos una guerra”, añadió. Uribe dijo que él buscaba alcanzar “un equilibrio entre el acuerdo y la pacificación”. Cifras del gobierno muestran que los homicidios han disminuido durante la presidencia de Santos, mientras que la economía ha registrado un sólido crecimiento.
Doug Cassel, profesor de derecho de la Universidad de Notre Dame que asesoró a Santos en la negociación con los rebeldes, dice que Uribe ha demostrado que en un enfrentamiento “cara a cara, mano a mano con Santos, le ganó”.
El gobierno de Santos no respondió el lunes a una solicitud de entrevista con el presidente. Algunos participantes del proceso de paz aún ven la posibilidad de tener éxito pese al sorpresivo revés del domingo.
Su hermano mayor, Enrique Santos, quien participó en las conversaciones de paz, extendió una rama de olivo a Uribe. “Hay que concretar rápido un acuerdo nacional o pacto político con el uribismo para salvar la esencia del proceso de paz y garantizar la gobernabilidad de Santos, que quedó duramente cuestionada”, dijo.
Alejandro Eder, un ex negociador del gobierno y ex jefe del programa de reintegración de los rebeldes desertores, dice que un triunfo del “Sí” por un pequeño margen habría sido un peor resultado. Una votación como esa, señala, habría carecido de legitimidad y recibido la fuerte oposición de Uribe y sus aliados.
Lograr que los dos trabajen juntos podría resultar difícil. Uribe respaldó a Santos como su sucesor, pero luego se convirtió en su crítico más duro cuando el nuevo presidente buscó negociar la paz con las FARC.
“Es una guerra de egos entre Santos y Uribe”, dijo la periodista colombiana María Jimena Duzán, autora de un libro sobre Uribe.
Duzán no cree que Uribe reanude el proceso de paz y comparó el apoyo de Santos al plebiscito con la decisión del ex primer ministro David Cameron de permitir que los británicos votaran sobre su permanencia en la Unión Europea.
Cassel dice que las dos partes podrían hallar una forma de reducir los beneficios concedidos a los comandantes de las FARC, como un papel en la política y sentencias por atrocidades de guerra consideradas indulgentes por muchos colombianos. Encontrar una solución que sea aceptable tanto para Uribe como para las FARC “no será fácil, pero no creo que sea imposible”, asevera.
Uribe y Santos nunca fueron amigos, pero su relación de trabajo se deterioró poco después de que Santos asumiera la presidencia. Personas que trabajaron con los dos dijeron que a Uribe le irritó que Santos realizara nombramientos en ministerios sin consultarlo y que la Fiscalía y la Corte Suprema iniciará procesos contra legisladores y ex miembros del gabinete cercanos a Uribe, sin ninguna intervención de Santos.
Durante las conversaciones de paz, el presidente de Colombia hizo propuestas públicas en discursos e incluso en una carta pidiendo a Uribe su participación en las negociaciones. El ex mandatario se negó.
En el período previo a la votación, funcionarios colombianos reconocieron que no explicaron adecuadamente un proceso de paz complejo, uno en la que la guerrilla en realidad habían abandonado muchas de las exigencias por las que habían luchado durante mucho tiempo.
Mientras tanto, Uribe machacó un mensaje simple, pero eficaz: Permitir que las FARC lleguen al Congreso eleva el riesgo de convertir a Colombia en una distopía de extrema izquierda como la vecina Venezuela.
En el momento de la votación, dos personas cercanas a Santos expresaron su preocupación de que el voto a favor del “No” estaba ganando impulso, incluso cuando estaba claro que muchos colombiano celebraban la conclusión de las negociaciones de paz.
La línea dura de Uribe contra las FARC proviene de sus raíces rurales en Antioquia, conocida por sus hermosos paisajes, sus grandes haciendas y una cultura de armas y caballos. Los votantes de Antioquia rechazaron el acuerdo de paz por uno de los márgenes más amplios del país.
Esas raíces dieron a Uribe una perspectiva diferente en un país que ha sido gobernado durante décadas por una élite, sobre todo de Bogotá. Santos es descendiente de una de las familias más prominentes de Bogotá, y su tío abuelo fue presidente.
A diferencia de los políticos de Bogotá, Uribe vio de primera mano los estragos que causa la violencia en el campo, incluyendo al rancho ganadero de su padre. Como estudiante de derecho en la Universidad de Antioquia, Uribe se destacó por sus opiniones conservadoras en un campus donde el marxismo era visto como algo mundano entre los estudiantes y profesores.
Después de la muerte de su padre, Uribe se lanzó a la política. A los 32 años se convirtió en senador y después en gobernador de Antioquia. Como gobernador, apoyó la creación de grupos de vigilancia vecinal que luego fueron acusados de masacrar a presuntos simpatizantes de la guerrilla. Uribe dijo que disolvió esos grupos tan pronto como sus actividades ilegales fueron conocidas.
Otro evento clave para Uribe fue el desastroso intento del ex presidente Andrés Pastrana de hacer la paz con las FARC en 1997 mediante la cesión al grupo rebelde de un área del tamaño de Suiza como refugio durante las conversaciones de paz. Los rebeldes usaron el área para ampliar su influencia y continuar con sus secuestros. Las conversaciones colapsaron en 2002.
Con el tiempo, Uribe se convenció cada vez más de que ninguno de los dos partidos tradicionales de Colombia era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a las FARC. En 2001, lanzó su candidatura por un tercer partido con una plataforma basada en la guerra frontal con las FARC.
Empezó su campaña con el apoyo de sólo el 2% en las encuestas. Pero pronto remontó mientras el grupo rebelde llevaba a cabo una serie de atrocidades, incluido un atentado con bomba contra un restaurante que mató a una niña de 5 años. Uribe ganó la presidencia en 2002 con 53% de los votos frente a múltiples candidatos. Fue como una avalancha.
Durante la asunción de Uribe, las FARC llegaron lo suficientemente cerca de la capital como para lanzar morterazos contra el palacio presidencial. Fue lo más cerca que llegarían.
En los años siguientes, respaldado por el dinero y el asesoramiento militar de EE.UU., el ejército de Colombia martilló a las FARC, empujándolas de nuevo a las selvas remotas y comprimiendo su tamaño de aproximadamente 20.000 combatientes a cerca de 9.000.
La exitosa ofensiva ayudó a Uribe a convencer a los paramilitares de derecha que se desarmaran. Los grupos paramilitares eran considerados organizaciones terroristas por parte EE.UU. y la UE por sus ataques a la población civil. El desarme redujo aún más la violencia en Colombia.
Para entonces, Uribe estaba maniatado por los escándalos. Cerca de un tercio de los integrantes del Congreso, la mayoría de ellos partidarios de Uribe, fueron investigados o encarcelados por presuntamente haber financiado sus campañas con dinero de los grupos paramilitares ilegales. Generales de alto rango fueron implicados en un plan para asesinar a civiles y vestirlos como rebeldes con el fin de subir el número de muertos.
Uno de los hombres que ayudaron a supervisar el asalto a las FARC fue el ministro de Defensa de Uribe en aquel momento, Santos. Uribe dejó de mala gana la presidencia en 2010 luego de intentar sin éxito reformar la Constitución para permitir su postulación a un tercer mandato.
Al final dio su respaldo a Santos como la mejor manera de continuar su legado pero al final se distanciaron debido a las conversaciones de paz. Cuando las dos partes lograron un gran avance en las negociaciones el año pasado, el ex mandatario tuiteó: “Santos no es la paz la que está cerca, es la entrega a Farc y a la tiranía de Venezuela”.
En la noche del domingo, Uribe dijo que quería “contribuir a un gran acuerdo nacional”.
Héctor Abad, un novelista y columnista que conoce a Uribe, se pregunta si el ex presidente puede mostrar la flexibilidad necesaria para alcanzar un acuerdo de paz revisado con los líderes rebeldes. “Uribe es un muy mal perdedor”, dice. “Sólo podemos esperar que sea un buen ganador”.

Saturday, October 1, 2016

Colombia y su atroz futuro

Colombia
El gobierno de Bogotá y los narcoguerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las tristemente célebres FARC, han llegado a un acuerdo de paz tras 52 años de violenta insurgencia por parte de este brazo armado del Partido Comunista.
Hay otras guerrillas igualmente comunistas, como el Ejército de Liberación Nacional o ELN, auspiciadas por Cuba en los años sesenta, pero las más fuertes y destructivas han sido las de las FARC.
Las FARC creían en el marxismo-leninismo y trataron denodadamente de construir en el país una sociedad semejante a la cubana o a la soviética, comenzando su labor de demolición de la democracia liberal en medio de la Guerra Fría.


Debo aclarar para los colombianos, y acaso para los que no lo son, que la expresión democracia liberal nada tiene que ver con el partido que lleva esa palabra en el nombre, sino con un modelo político que incluye el pluripartidismo, la alternancia en el gobierno, el respeto por las libertades y los derechos humanos, incluida la propiedad privada, la separación de poderes, la transparencia en los actos de gobierno y la existencia de un mercado abierto en el que las personas y las empresas realicen sus transacciones económicas. Es decir, el Estado que los comunistas califican de burgués y que las FARC se empeñaron en destruir.
Para lograr ese objetivo, y como una forma de aterrorizar a la población, las FARC asaltaron, secuestraron y vendieron rehenes, o los asesinaron, violaron muchachas campesinas, convirtieron por la fuerza a niños en guerrilleros, obligándolos a matar, colocaron bombas en lugares públicos y cometieron toda clase de crímenes atroces, incluyendo el cultivo, venta y exportación de cocaína, hasta convertirse en uno de los cárteles más poderosos del mundo. Exportaban la droga, fundamentalmente hacia territorio de Estados Unidos, el más odiado de los enemigos.
Obviamente, con ese sanguinario prontuario delictivo las FARC no podían evitar que la justicia persiguiera y castigara severamente a sus miembros de acuerdo con la Constitución, las leyes y el Código Penal colombianos. De manera que en las conversaciones de paz suspendieron el Estado de Derecho aprobado por el país anteriormente y se acogieron a una justicia provisional transitoria que garantizara a los insurgentes penas muy leves o impunidad, y hasta costosísimos recursos económicos, para incorporarse a otro género de vida.
En todo momento en las conversaciones estuvo presente un último chantaje: si no se pactaba lo que convenía a los delincuentes, estos seguirían matando, violando y traficando con drogas, como habían hecho hasta entonces.
El Estado, que representaba a 45 millones de colombianos, aceptó las humillantes condiciones de las FARC, apenas siete mil guerrilleros, y firmó un acuerdo con los cabecillas, liderados por un truculento señor que se hace llamar Timochenko.
Los pactos, como se sabe, deberán ser legitimados por los electores colombianos en un plebiscito que se puede ganar con sólo el 13% de los sufragios, una cantidad mínima de votos. Algo muy peligroso, dado que afectará a la nación por varias generaciones. Esto sucederá el 2 de octubre próximo.
¿Qué pasará a partir de ese momento? Esa es la pregunta que se debieron hacer el presidente Juan Manuel Santos y los miembros del gobierno que sirvieron como negociadores.
Esa es la pregunta que se hubiera hecho un verdadero estadista y no un político convencional preocupado por los efectos inmediatos de la maniobra.
Quizás la gran diferencia entre un estadista y un político convencional sea ésa: los estadistas se basan en principios y en una visión del Estado que los lleva a ponderar sus acciones a largo plazo. Saben que los actos que hoy parecen útiles y buenos en el futuro pueden convertirse en errores tremendos que afecten negativamente a la sociedad.
Tan importante como exigir a los narcoguerrilleros de las FARC que dejaran sus armas era que abandonaran expresamente su pretensión de destruir el modelo de Estado que los colombianos han escogido libremente para vivir.
¿Qué pasará a partir del momento en que la mayoría de los electores, ingenuamente, apoyen los acuerdos firmados en La Habana?
Pasará que las FARC comenzarán a utilizar la estrategia chavista.
Ocurrirá que las FARC se insertarán en la vida política del país y comenzarán a desmontar la democracia, como hicieron en Cuba y en Venezuela, porque han renunciado a la guerra armada, pero no a establecer un régimen comunista, sencillamente porque son el brazo armado de un partido marxista-leninista que cree en unas supersticiones que les llevó a cometer toda clase de crímenes durante más de medio sigo.
A Colombia le espera un futuro atroz, infinitamente peor y más negro que este presente incómodo y, a veces, sangriento que hoy padece. Será la consecuencia de no tener un verdadero estadista en el Palacio de Nariño.

Tuesday, August 23, 2016

Colombia, partida en dos

Por Álvaro Vargas Llosa

 
Colombia está en campaña. Todavía no se sabe qué día tendrá lugar el plebiscito para refrendar o no los acuerdos de paz negociados entre el gobierno colombiano y la organización terrorista Farc, ni se conoce el texto definitivo de lo pactado, pero la naturaleza sui géneris de este controvertidísimo proceso dicta que las campañas del “Sí” y el “No” estén ya en marcha.
De un lado están quienes (el gobierno, las Farc, partidos que van desde los de la Unidad Nacional hasta la izquierda, la mayoría de medios de comunicación, sectores amplios de la Iglesia y un abanico de la sociedad civil, bajo la coordinación del ex Presidente César Gaviria) apuestan por el “Sí”; del otro, en favor del “No”, están Alvaro Uribe y su Centro Democrático, una parte del Partido Conservador, la Procuraduría, sectores de la sociedad civil vinculados al interior del país, algunas Iglesias evangélicas y estamentos que han sido parte de la guerra contra las Farc. Los sondeos también están divididos, aunque los más independientes dan hoy una victoria al “No” con algo más del tercio de los votos y un margen de cuatro puntos o más sobre el “Sí”.


Los acuerdos de paz son un parteaguas moral, político y social que en el mejor de los casos acabará con la lucha armada terrorista y la respuesta violenta del Estado, pero dejará a la sociedad enconada por mucho tiempo. Ello, porque los detractores de los acuerdos no aceptan el precio de la paz, o para ser más exacto, creen que el precio es tan alto que no significa la paz. Y porque los partidarios del “Sí” están convencidos de que, no habiendo sido el Estado capaz de derrotar por la vía militar a las Farc, la paz exige pagar un precio que, hechas las sumas y restas, pesa menos en la balanza que el fin de la guerra (incluso este término, “la guerra”, es controvertido: supone, a juicio de los críticos, poner en pie de igualdad a los terroristas y al Estado legítimo).
El lema del “No” -al menos el más audible hasta ahora, expresión del propio Uribe- dice: “Nos queda la opción de decir sí a la paz votando ‘No’ al plebiscito”. Es, pues, una opción por una vía distinta hacia la paz, que no queda del todo clara, salvo que pase por la solución militar que no ha existido desde que en 1964 un grupo de ex guerrilleros liberales, supérstites de la guerra civil contra los conservadores, se alzó en armas. Pero la respuesta del oficialismo y de los partidarios del “Sí” es un lema que quiere cargar de fuerza moral y política los acuerdos de paz, deslegitimando los deseos de paz por vía alternativa de los del “No”: “Quien vote ‘No’ al plebiscito está votando por la guerra”.
Estamos, quienes observamos desde fuera y tenemos amigos en ambos “bandos” y respetamos los argumentos enfrentados, en un dilema atroz. Si nos inclinamos por los acuerdos de paz, al menos la versión conocida hasta hoy, que es parcial aunque amplia, estamos optando por aceptar que no hay otra vía hacia la paz que un alto grado de impunidad para los delitos y crímenes de lesa humanidad cometidos por el terrorismo y por el Estado que, en respuesta, violó los derechos humanos. Si nos inclinamos por rechazar que esa sea la mejor vía hacia la paz, estamos optando no por una solución alternativa, sino por la reanudación de los enfrentamientos con la esperanza de que, bajo una fuerte presión del Estado, sea posible obligar a las Farc a aceptar castigos reales y limitaciones drásticas a su participación política y civil.
Visto todo esto con la distancia filosófica, si se me permite la ironía, que da el no estar atrapado en el pantano moral que significa ser colombiano hoy, quizá lo ideal es lo que está pasando. Porque si vence el “Sí”, la enorme fuerza movilizadora de los del “No” y en particular de ese caudillo potente que es Uribe darán a Colombia cierta garantía de vigilancia y presión para evitar , o al menos limitar, los peores excesos que se teme que pueda producir la puesta en práctica de los acuerdos. Y, viceversa, si triunfa el “No”, la inversión emocional y psicológica que han hecho millones de colombianos esperanzados en dejar atrás 52 años de muerte y sangre tal vez impida que todo regrese a la “normalidad”, es decir que vuelva la violencia como se la conocía hasta el cese el fuego de las Farc y el gobierno, y fuerce una revisión de los acuerdos de tal forma que, aunque postergados, acaben dándose con mayor consenso.
Trato de decir que, dada la grieta que separa a los colombianos, el hecho de que ambos bandos tengan mucha fuerza acaso sea la mayor garantía de que en el futuro, cualquiera que sea el resultado, las cosas irán mejor que antes.
Sorprende que los del “Sí” y los del “No” no alcancen, sumados, ni siquiera el 70% del voto en los sondeos, dado el alto grado, más de 20%, de respuestas no comprometidas. Salvo que se trate de personas que no quieren revelar su verdadera intención, esto sugiere que un sector está indeciso a pesar de que el debate lleva cuatro años (los cuatro años, o casi, que dura la negociación, primero en Oslo en secreto, y luego en La Habana) o, lo más probable, que se siente marginal a la propia discusión porque su grado de desafección o escepticismo es mayor que su conciencia respecto de lo que está en juego. Quizá es de esperar que, en estos tiempos de rechazo a la clase dirigente, especialmente a la vertiente política, en todo el mundo, también muchos colombianos se sientan ajenos a la vida pública en manos de los de siempre. Pero no deja de llamar la atención, tratándose de algo que no es una elección presidencial sino un plebiscito sobre acuerdos de paz después de medio siglo de violencia terrorista de la guerrilla marxista y grupos paramilitares de signo contrario.
Los hechos objetivos -si tal cosa existe- demuestran que la sociedad colombiana, volcada con la negociación de la paz hace cuatro años, se ha ido deslizando hacia el escepticismo o el temor. Que no más de 30 y pico por ciento apoyen al “Sí” en las mejores encuestas en este momento y que la Corte Constitucional haya tenido que bajar el umbral de la victoria en el plebiscito a 13% del censo electoral, da una idea de lo cuesta arriba que lo tienen el gobierno de Juan Manuel Santos y los partidarios del “Sí”. ¿Qué ha sucedido para que los colombianos se llenen de temores? Fundamentalmente, dos cosas: la campaña exitosa de Uribe y compañía para concentrar la atención de los ciudadanos en el costo de los acuerdos de paz, que son muy altos, como lo son siempre en estos procesos, y la ausencia de una comunicación inteligente por parte del gobierno a lo largo de todos estos años, en parte por ineptitud y en parte porque, para evitar que Uribe explotara la información parcial que se diera desde el equipo negociador encabezado por el ex vicepresidente Humberto la Calle o el propio gobierno, optó por un celo extremo en la divulgación oficial de los avances de la negociación. La ausencia de comunicación sistemática y de una estrategia de “venta” política en simultáneo con los avances de la negociación en La Habana supuso una ventaja para el uribismo y sus aliados.
No es este el lugar para desmenuzar los complejos detalles de lo acordado. Basta con decir que en lo esencial los acuerdos de paz suponen que las Farc dejarán las armas y gozarán de una significativa impunidad además de derechos políticos, con una participación garantizada aun si no tienen en este momento respaldo popular. Habrá un uso amplio y generoso de los instrumentos de la amnistía y el indulto para los que hayan participado en la violencia (de cualquiera de las partes, incluyendo al Estado, por supuesto). En el caso de altos mandos y jefes, se establecerá una responsabilidad criminal con sanciones muy leves, que no incluyen la cárcel para quienes hayan aceptado su participación en hechos de violencia, colaborado en las reparaciones para las víctimas y renunciado a repetir sus actos ilegales. Sólo quienes hayan cometidos crímenes mayores y no hayan aceptado su responsabilidad tendrán cárcel efectiva, aunque muy corta, siendo reservadas las condenas mayores, de entre 15 y 20 años, sólo para quienes hayan cometido los más graves actos de violencia y pierdan el juicio.
Junto con la participación política de las Farc, garantizada para la casi totalidad de los victimarios y que pasará por la creación de circunscripciones especiales y probablemente designaciones para el Senado sin urnas de por medio, el tribunal especial que se ocupará de lo anterior -bajo el paraguas de la Jurisdicción Especial para la Paz- es el más controvertido. Lo que no quiere decir que no haya otros que susciten mucha indignación. Los hay, como las zonas donde se ubicarán los miembros de las Farc una vez que empiece la puesta en práctica de lo sustancial y la entrega de las armas, proceso que durará 180 días.
Que unos 15 mil militares estén hoy en la cárcel sentenciados a la espera de un juicio mientras el secretariado de las Farc, liderado por “Timochenko”, disfruta de un estatus internacional (toda clase de gobiernos y la propia ONU, que participará en la parte final, los ven como parte legítima en una negociación de igual a igual con el Estado) subleva a muchos colombianos. Uribe, el Centro Democrático y muchos grupos críticos de esta negociación han sabido apelar a esa sensibilidad en nombre de los más de siete millones de víctimas (contando desde muertos hasta desplazados por la violencia) para cargar de censura moral los acuerdos tal y como se los conocen.
Pero esto no habría bastado para que el “No” se situara en ventaja frente al “Sí”. Ha sido necesario, además, que el gobierno de Santos perdiera popularidad por su gestión en general (que suscita el rechazo de 76% de la población), y que ello coincidiera con el fuerte bajón económico debido al ciclo del petróleo y los minerales, para que los partidarios del “No” pudieran hacer una operación asociativa eficaz. Consiste en que el “No” equivalga a un rechazo no sólo a las acuerdos negociados en La Habana sino a la gestión del gobierno e incluso a fallas de la institucionalidad colombiana.
De allí que Santos haya pedido, inteligentemente, a Gaviria ser el coordinador de la campaña del “Sí” y que muchos grupos partidarios de los acuerdos, como el Verde y el Polo Democrático, situados en la izquierda, no pierdan ocasión de distanciarse del gobierno al mismo tiempo que piden en todo el país el voto afirmativo.
El plebiscito lo ganará, por tanto, el “No” si logra que un número bastante de colombianos asocie los acuerdos con Santos en tanto que administrador del Estado, y lo ganará el “Sí” si los partidarios del mandatario logran disociar ambas cosas en el imaginario de los votantes. En esto se concentrarán ambas campañas, con lo cual el resultado es una monumental ironía: se trata de un plebiscito sobre Santos -tanto si se vota sobre él como si no se vota sobre él- más que sobre los acordado en La Habana.

Tuesday, August 2, 2016

Por altos impuestos Colombia se vuelve menos atractivo para inversionistas de EE.UU.

Las empresas estadounidenses deben registrar los impuestos colombianos como gastos y declararlos nuevamente en su país, es decir, tributan doble

Los altos impuestos en Colombia se han convertido en un problema para las empresas (Pixabay)
Los altos impuestos en Colombia se han convertido en un problema para las empresas. (Pixabay)
El Consejo de Empresas Americanas (CEA) es una organización de 120 empresas estadounidenses que operan en Colombia y que ha expresado su preocupación frente a las altas cargas impositivas que hay en el país, como el impuesto a la riqueza, ya que consideran que “están erosionando” sus utilidades.
El CEA ha manifestado que dicho impuesto no existe en el país norteamericano y que además no es deducible, por lo que Colombia se está volviendo cada vez menos atractivo para los inversionistas estadounidenses, que piensan en poner una sucursal en el país, según manifiesta Ricardo Triana, presidente de la organización.



Además, las empresas norteamericanas que se establecen en Colombia, deben contabilizar en un año lo que está estipulado para 4 y según el sistema de impuestos estadounidense no pueden diferirlo ni deducirlo, ya que sobre este impuesto no existe ningún convenio entre ambos países implicados y los empresarios norteamericanos deben registrarlo en su país como un gasto y Estados Unidos no tiene acuerdo de doble tributación con Colombia.

Lo que dice el Gobierno colombiano sobre los altos impuestos

El Presidente Juan Manuel Santos ya está enterado de las preocupaciones de las empresas norteamericanas. En una asamblea de la CEA les dijo a los asistentes que habían tenido que ajustarse el cinturon por el bajo precio del petróleo, pero que Colombia seguiría su crecimiento económico y seguiría siendo lider en dicho tema en la región.
“El país va bien, por un camino muy positivo. Por supuesto que hay todo tipo de dificultades, como las económicas, porque se nos bajó el precio del petróleo. Nos ajustamos rápidamente, hicimos las reformas, nos apretamos el cinturón de forma tal que la economía siguió creciendo como líder en América Latina. Vamos a seguir liderando el crecimiento este año”, manifestó Santos.
Sin embargo, la respuesta no dejó claro qué iba a pasar con los excesivos impuestos que se cobran en el país, por lo que las empresas del CEA, en días pasados, reiteraron sus quejas y preocupaciones ante el Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas.

Las Cifras de los últimos años

Según el Banco de la República, la inversión extranjera proveniente de Estados Unidos sigue siendo la de mayor cuantía. Sin embargo, está estancada desde el año 2012.
Durante el último año, Colombia sumó USD$ 2.121 millones de dólares en inversión extranjera proveniente de Estados Unidos, lo que representó una caída del 6,4 % con respecto al año 2014, cuando la suma total fue de USD$ 2.267 millones de dólares. Además, el año 2013 también disminuyó la producción con respecto al 2012 en un 20,1 %.
Triana aseguró que a pesar de la entrada en vigencia del TLC con Estados Unidos en 2014, la reciente reforma tributaria había hecho menos atractiva a Colombia para la inversión del país norteamericano, por los altos impuestos.
“Las empresas estadounidenses no solo deben competir localmente con las de otros países, algunos de los cuales tienen acuerdos de estabilidad jurídica y para evitar la doble tributación con Colombia, sino que resultan en desventaja”, manifestó.
Un ejemplo de la situación que viven las empresas extranjeras en el país es el gremio de las organizaciones minero-energéticas, que deben analizar si es rentable seguir en Colombia o irse por la crisis que se vive a nivel mundial por los precios de los bienes que producen, como el petróleo. Además, hay preocupación porque Colombia está en cabeza de la lista de los 7 países latinoamericanos que más cobran impuesto a la renta a las empresas.
Sin embargo, hay mucha expectativa con la nueva reforma tributaria que se prepara en Colombia, como lo afirmó el presidente para la región Andina de “The Coca-Cola Company”, Bruno Petrucci, quien considera que la comisión de expertos ya tiene un diagnóstico sobre lo que pasa con las cargas tributarias a las empresas en Colombia y espera una mejora con dicha reforma.

¿Qué le representa el CEA a Colombia?

Actualmente, no existe una base de datos para saber cuántas empresas norteamericanas hay en Colombia. Sin embargo, el CEA calcula que el 7 % del PIB colombiano, es decir USD$ 18.667 millones, es representado por empresas norteamericanas. Estados Unidos representa el 20,7 % de la inversión extranjera directa (IED) en Colombia.
Fuente: El Tiempo