Blog Archive

Showing posts with label Derechos. Show all posts
Showing posts with label Derechos. Show all posts

Monday, August 22, 2016

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

libertarianismo libertad llora 
El libertarianismo, escribe David Boaz, “es la noción que cada persona tiene derecho a vivir su vida de la forma que ella decida, siempre y cuando respete ese mismo derecho en otros”.
“Los libertarios defienden el derecho de cada persona a la vida, la libertad y la propiedad, derechos que todas las personas poseen de forma natural, antes de que los gobiernos fueran creados. Desde el punto de vista libertario, todas las relaciones humanas deben ser voluntarias; las únicas acciones que deben estar prohibidas por ley son aquellas que implican el inicio de la fuerza contra quienes no han usado la fuerza, acciones como asesinato, violación, robo, secuestro y fraude”. 1
Dada esa descripción del libertarianismo, me preguntan a menudo: ¿Qué hay de malo en eso? ¿Cómo puede cualquier amante de la libertad oponerse a eso?
Son buenas preguntas. Para responderlas, procedamos a considerar, en el espíritu de Frédéric Bastiat, no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve.
¿Qué es lo que no se ve aquí?
Los elementos cruciales que no se ven son las posiciones libertarias sobre la procedencia de los derechos, cómo lo sabemos, y si respuestas objetivas y demostrablemente verdaderas a esas preguntas son necesarias, o incluso posibles, cuando tratamos de defender la libertad. ¿Cuáles es la posición libertaria sobre esas cuestiones?


Los Derechos no son ni “evidentes” ni “divinos” ni “naturales”
Al examinar la literatura libertaria, encontramos con que los liberales en general creen que los derechos son “evidentes”, o “dados por Dios”, o, de alguna forma (e inexplicablemente) “naturales”. 2 Muchos libertarios afirman que los derechos son corolarios de “ser dueño de uno mismo”, o sea, de la idea que la vida del individuo le pertenece a él, lo cual ellos consideran un “axioma”, una verdad auto-evidente, una premisa irreducible. 3 Y muchos mantienen que la maldad o la prohibición de iniciar la fuerza es un axioma, el llamado “axioma de no-agresión”. 4
La idea unificadora esencial en este núcleo de ideología libertaria es que la existencia de los derechos y la legitimidad de la libertad o son evidentes, o son asuntos de fe, o quedan suficientemente explicados con la palabra “natural”; según eso, cualquier argumento moral o filosófico de mayor profundidad que los corrobore es innecesario. ¿Qué necesidad hay de ofrecer argumentos filosóficos para algo que la gente puede saber con sólo abrir los ojos, o con sólo cerrar los ojos, o simplemente moviendo las manos y diciendo la palabra “natural”?
El hecho es que las personas no saben ni pueden saber nada sobre la naturaleza de los derechos, o sobre la legitimidad de la libertad, a través de dichos medios. Si queremos defender la libertad con éxito, tenemos que comprender y ser capaces de articular, entre otras cosas, de dónde proceden los derechos, por qué los tenemos, y cómo podemos saber eso.
Aunque los Padres Fundadores de los Estados Unidos sostuvieron que los derechos son auto-evidentes, o dados por Dios, o naturales, y a pesar de que (afortunadamente) fueron capaces de establecer un país basado en esa idea, la idea es falsa; y su falsedad se ha hecho cada vez más palpable desde la época de la independencia, al multiplicarse las filosofías que rechazan la posibilidad misma de que existan los derechos. Analizaremos algunas de esas filosofías en seguida; pero antes, consideremos algunos datos perceptuales sobre el tema.
Está claro que no podemos ver, oír, tocar, probar ni oler los derechos. Mira a tu alrededor. Los derechos no están en ninguna parte donde puedan ser vistos, ni de alguna manera percibidos. Lo único que tienen de evidente los derechos es que no son en absoluto evidentes.
Tampoco hay evidencia alguna que justifique la idea de que los derechos provienen de “Dios”. Para empezar, no hay evidencia de que Dios exista, y mucho menos de que los derechos de alguna forma emanen de Su voluntad. Creer en Dios es cuestión de fe, de aceptar ideas en apoyo de las cuales no hay pruebas. (Cuando una persona acepta ideas en base a la evidencia, está actuando en base a la razón, no a la fe.) Además, según las escrituras religiosas, los dioses del Judaísmo, del Cristianismo y del Islam les ordenan explícitamente a las personas que violen los derechos (volveremos a hablar de esto más adelante). Si la gente decide creer en Dios, eso es un tema personal, y una sociedad civilizada respeta y protege su derecho a practicar todos los aspectos de sus credos que no violen los derechos de otros. Pero afirmar que los derechos provienen de Dios no es una buena estrategia para defender los derechos o abogar por la libertad.
Y tampoco es una buena estrategia afirmar que los derechos son “naturales”. ¿Qué significa que los derechos sean naturales? ¿Quiere decir que los derechos existen “allá afuera”, en algún lugar en la naturaleza, como los árboles o los planetas o los átomos? De nuevo, mira a tu alrededor. No es así. ¿Quiere decir que los derechos existen en algún lugar dentro del hombre, como los huesos, o la sangre, o los pulmones? Si abres a una persona en canal (y no estoy sugiriendo que lo hagas), no encontrarás derechos en ningún lugar dentro de él. Los derechos no existen en la naturaleza ni en el hombre, desde luego, no físicamente. Los derechos no son existentes físicos; son ideas; concretamente, son principios muy abstractos relativos a la libertad de acción que debe tener el hombre en un contexto social.
Las ideas seculares niegan los Derechos al tratar de justificarlos
Sí, los derechos existen. Pero, al igual que otras muchas cosas que existen – como la justicia, la honestidad, el sarcasmo y la lógica – los derechos no son percibibles. Para entender la naturaleza de los derechos, por qué existen, por qué son inalienables, cómo sabemos todo eso, y qué suponen esos principios en la práctica, debemos recurrir a las ideas subyacentes que dan origen a los derechos, y están basadas en la realidad que percibimos. Esas ideas se encuentran en la moralidad y en la filosofía más profunda.
Por desgracia, muchos defensores de la libertad quieren evitar la moralidad y la filosofía más profunda. Eso es, hasta cierto punto, comprensible, porque cuando entramos en esos campos hoy día, nos damos cuenta que las moralidades y las filosofías dominantes rechazan la posibilidad de que puedan existir los derechos.
Por ejemplo, uno de los códigos morales más ampliamente aceptados hoy, el utilitarismo, sostiene que el patrón de valor moral es “la mayor felicidad para el mayor número”. 5 Bajo este punto de vista, la idea de que las personas tienen derechos inalienables es, como expresa el filósofo utilitarista Jeremy Bentham, “un sinsentido sobre pilares”. 6 Si el estándar de moralidad es la mayor felicidad para el mayor número, entonces la idea de que un individuo debe ser libre para vivir su vida (el derecho a la vida), de acuerdo con su propio criterio (la libertad), usando el producto de su esfuerzo (la propiedad), para sus propios fines (la búsqueda de la felicidad) es ridícula. Supongamos que el mayor número dice que hacer eso los hace infelices. O supongamos que una mayoría, digamos, los blancos del Sur, es feliz esclavizando a una minoría, digamos, a los negros sureños importados. O supongamos que una mayoría, por ejemplo los alemanes no judíos, es feliz exterminando a una minoría, por ejemplo a los judíos alemanes. Claramente, el utilitarismo es incompatible con los derechos.
Un código moral relacionado y aún más ampliamente aceptado, el altruismo, sostiene que el estándar de moralidad es ofrecer un servicio auto-sacrificándose a los demás. Según el altruismo, explica el filósofo altruista Augusto Comte, tenemos un “deber constante” (una obligación no elegida, sino impuesta) de “vivir para otros”. Debemos ser “los servidores de la humanidad, como de hecho lo somos totalmente”; por lo tanto, tenemos que “eliminar la doctrina de los derechos. . . . Toda esa noción, entonces, debe ser completamente repudiada”. 7 Si tienes el deber moral de vivir para los demás, si perteneces a la Humanidad y tu deber es servirla, obviamente no puedes tener el derecho moral a vivir para ti mismo, ni a actuar por tu propio juicio, ni a mantener tu propiedad, ni a buscar tu propia felicidad.
Luego tenemos la doctrina cada vez más popular del igualitarismo, que sostiene, no que las personas deban ser tratadas por igual ante la ley (que es la política del capitalismo laissez-faire), sino que el estándar de moralidad es – como dice el filósofo igualitario John Rawls – la “igualdad de oportunidades” para todos los miembros de la sociedad, y las únicas excepciones permitidas existen sólo cuando son “para el mayor beneficio de los miembros menos favorecidos de la sociedad”. 8 Está claro que si ese es el estándar de moralidad, entonces los derechos no pueden existir, al menos no para quien no sea uno de “los menos favorecidos”. Como explica Rawls, según ese estándar, “es incorrecto que los individuos con mayores dotes naturales y un carácter superior que haya hecho que su desarrollo sea posible tengan derecho a un esquema cooperativo [es decir, a un sistema legal] que les permita obtener aún más beneficios sin contribuir a las ventajas de los demás”. 9 Según el estándar igualitario, continúa Rawls, ciertas acciones en el ámbito “social, económico y tecnológico” deben ser prohibidas. “Ninguna libertad básica es absoluta”, ni siquiera “la libertad de pensamiento y la libertad de consciencia, o la libertad política y las garantías del estado de derecho, son absolutas”. 10 Y, “por supuesto”, Rawls enfatiza, los individuos no tienen “derecho a poseer ciertos tipos de propiedad (por ejemplo, los medios de producción), ni la libertad de contratación tal como lo entiende la doctrina del laissez-faire”, porque “la distribución de la riqueza y del ingreso, y las posiciones de autoridad y responsabilidad, han de ser consistentes con. . . la igualdad de oportunidades”. 11
Dada la popularidad del utilitarismo, del altruismo, del igualitarismo, y de otras filosofías que niegan los derechos, es comprensible que algunos defensores de la libertad se sientan incómodos entrando en discusiones sobre moralidad y sobre una filosofía más profunda. Pero evitar esas ideas no hace que desaparezcan. Y la gente que ha aceptado esas ideas no va a convencerse de que está equivocada simplemente oyendo decir que los derechos “son auto-evidentes”, o “provienen de Dios”, o “provienen de la naturaleza (aunque no te puedo decir cómo)” o “mira el axioma de la no-agresión”.
Los filósofos utilitaristas, altruistas e igualitarios han presentado argumentos en defensa de esas filosofías que niegan los derechos, y muchos estadounidenses han escuchado esos argumentos o alguna de sus versiones, y los han aceptado en mayor o menor medida. Por eso estamos amarrados hoy día con tantas leyes e instituciones que violan nuestros derechos, de medicina socializada como ObamaCare, a escuelas administradas por el gobierno, a leyes anti-trust, y miles de otras. Por supuesto, los argumentos de esos filósofos son falsos, pero por lo menos ellos tienen argumentos, y la gente que ha aceptado esos argumentos no va a dejarse llevar por simples afirmaciones de que los derechos existen o que la libertad es buena. 12
¿De dónde proceden los derechos? ¿Por qué los tenemos? ¿Cómo lo sabemos? Esas cuestiones son morales y filosóficas, y requieren respuestas igualmente morales y filosóficas. Lejos de ser axiomas o primarias irreducibles o verdades auto-evidentes, los derechos son principios derivados muy abstractos, principos que surgen y dependen de una base moral y filosófica de observaciones, integraciones, principios y lógica.
Libertad y Derechos pueden y deben ser validados sólo en base a la realidad y la razón
Afortunadamente para los amantes de la libertad, la filósofa Objetivista Ayn Rand identificó esa jerarquía conceptual y mostró cómo ella está basada en la realidad perceptual, en hechos que podemos ver. Para nuestro objetivo aquí, daré sólo una breve indicación de la estructura filosófica de su argumento, empezando por el principio de los derechos individuales. 13 (El argumento completo de Rand para validar los derechos está en sus ensayos sobre el tema, especialmente en el libro La Virtud del Egoísmo. Y también en el ensayo de Craig Biddle titulado “Teoría de los Derechos de Ayn Rand: Los fundamentos morales de una sociedad libre”.) 14
¿Cuál es el principio de los derechos individuales? Es el reconocimiento del hecho que cada individuo es un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros, y que cada uno tiene una prerrogativa moral de actuar basado en su propio juicio y por su propio bien, libre de la coacción de otros. Él tiene derecho a vivir su vida a su antojo (vida), a actuar como mejor le parezca (libertad), a mantener y usar el producto de su esfuerzo (propiedad), y a perseguir las metas y los valores que elija (búsqueda de la felicidad). En consecuencia, nadie, incluyendo grupos y gobiernos, tiene el derecho moral a forzar a un individuo a actuar en contra de su propio juicio.
Inmediatamente debajo del principio de los derechos individuales, y apoyándolo, está el principio que iniciar la fuerza física contra una persona es moralmente malvado y políticamente inadmisible. Es moralmente malvado porque, en la medida en que se usa la fuerza contra una persona, se le está impidiendo actuar basado en su juicio racional, que es su medio básico de sostener y fomentar su vida. (Si alguien te apunta con un arma a la cabeza y te dice que te calles, o que le entregues el producto de su esfuerzo, o que “elijas” una carrera diferente, o una pareja diferente, etc., entonces no puedes actuar basado en tu propio juicio.) Iniciar la fuerza es políticamente inadmisible porque el objetivo apropiado de un sistema político es establecer y mantener las condiciones sociales que les permitan a los individuos actuar basados en su propio juicio, para así poder mantener y mejorar sus vidas.
¿Por qué es eso así? ¿Por qué es tan importante que las personas usen su propio juicio para mantener y mejorar sus vidas? Eso es, de hecho y de forma demostrable, lo que cada individuo moralmente debe hacer. Podemos ver esto adentrándonos un poco más en la filosofía.
Sustentando y apoyando el principio de los derechos individuales y la maldad de iniciar la fuerza está el principio del egoísmo, el hecho demostrado que cada persona debe actuar en su propio interés usando su propio juicio racional, y ser el beneficiario válido de sus propias acciones productivas. Egoísmo significa que cada individuo debe perseguir sus propios valores, los valores que sirvan a su vida, sin sacrificarse a sí mismo por otros ni sacrificar a otros por él, y que cada uno debe tratar con otros sólo en términos voluntarios, basado en un consentimiento mutuo y para beneficio mutuo. ¿De dónde proviene este principio? ¿Qué hace que sea cierto? Es un principio derivado de otros principios aún más profundos, de principios que tienen que ver con el estándar objetivo de valor moral, y la razón misma por la cual el hombre necesita valores y moralidad.
El criterio de referencia para determinar si una acción – o una política o una institución – es buena o mala, correcta o incorrecta, se reduce a identificar los requisitos que la vida del individuo de hecho requiere. ¿Por qué? Porque las personas son individuos – cada uno con su propia mente, su propio cuerpo, su propia vida – y porque la única razón por la cual los individuos necesitan valores o guía moral es la de poder vivir. Si una persona no quiere vivir, no necesita valores ni ningún tipo de guía; simplemente puede dejar de actuar, y no tardará en morir. Sólo la decisión de vivir que tome una persona hace que los valores sean posibles y necesarios para ella. Esa persona no puede perseguir valores a menos que esté viva, y no tiene que perseguirlos a menos que quiera vivir. En última instancia, una moralidad objetiva está basada en los requerimientos de la vida del individuo, se deriva de ellos, y es la forma en que esos requerimientos quedan expresados en la práctica.
¿Cómo podemos estar seguros de que esas ideas son verdaderas? Podemos llegar a conclusiones verdaderas y verificar hasta qué punto nuestras ideas son válidas mirando a la realidad y usando la razón, nuestro medio de conocimiento. La razón funciona a través de la observación, de la integración conceptual, y del principio de no-contradicción. Cuando nuestras ideas se corresponden con la realidad que percibimos (con hechos que podemos ver, tocar, etc.), entonces nuestras ideas son verdaderas. Si detectamos que nuestras ideas contradicen la realidad que percibimos, o contradice hechos que han sido previamente demostrados, entonces tenemos que verificar y, si es el caso, corregir nuestro pensamiento.
Por debajo de las ideas anteriores, y apoyándolas, tenemos la ley de identidad y la ley de causalidad, las verdades axiomáticas auto-evidentes que indican que las cosas son lo que son, y que cada cosa puede actuar sólo de acuerdo con su naturaleza. Una persona es una persona; no es un percebe, o un lirio, o un dios. Puede adquirir conocimiento y vivir, sólo si mira a la realidad, si piensa y si actúa racionalmente; no puede adquirir conocimiento o vivir si se niega a mirar, a pensar, o si se dedica simplemente a desear o a rezar para que las cosas que quiere aparezcan por arte de magia. Si una persona se niega a pensar y a actuar de manera racional, no tardará en morir (a menos que otros le permitan vivir como un parásito de sus esfuerzos racionales). Todos podemos captar este tipo de verdades abriendo los ojos, mirando a la realidad, y pensando.
El fallo letal del Libertarianismo: una ideología de “Gran Tienda”
Hay mucho más que hablar sobre la jerarquía filosófica que valida y justifica los derechos, pero lo anterior es una indicación de los tipos de verdades que no pueden ser ignorados o negados si queremos defender los derechos individuales, y, por tanto, una sociedad libre. Ignorar o negar la necesidad de estos cimientos es quedar a merced de utilitaristas, altruistas, igualitarios y gente parecida. Los derechos individuales y la legitimidad de la libertad dependen de otras verdades morales y filosóficas más profundas; por lo tanto, para poder defender la libertad, hemos de reconocer y aceptar esas verdades más profundas.
Pero el libertarianismo rechaza la necesidad de hacerlo.
Los libertarios explícitamente se niegan a entrar en ese tipo de controversias y complejidades. Quieren hablar del principio de los derechos y usar ese principio como paladín, mientras ignoran o niegan los fundamentos de los cuales ese principio depende. Como Susan Lee escribe, tratando de alabar esa ideología: “El libertarianismo es pura simplicidad. Procede de un único y muy hermoso concepto: la primacía de la libertad individual”. Los libertarios “no se sienten cómodos con cuestiones normativas” o con “cuestiones que tienen que ver con ´el mejor comportamiento´ en asuntos sociales o culturales”. Más bien, el pensamiento libertario “promueve el relativismo y la inclusión”, y una “tolerancia” que proviene de una “indiferencia en cuestiones morales”. 15
El libertarianismo es el proyecto de establecer un techo, una “gran tienda” bajo la cual cualquiera que esté a favor de los “derechos” o del “axioma de no-agresión” pueda juntarse con otros, reunirse y luchar por la “libertad”, independientemente de las diferencias morales o filosóficas que pueda tener con ellos. Como explica Alexander McCobin, fundador de “Students for Liberty” – Estudiantes por la Libertad – el “libertarianismo es una filosofía política que prioriza el principio de la libertad”:
“Puedes ser libertario y a la vez ser hindú, cristiano, judío, musulmán, budista, deísta, agnóstico, ateo, o un seguidor de cualquier otra religión, siempre que respetes la igualdad de derechos de otros. . . . El libertarianismo no es una filosofía de vida. . . o una metafísica o una religión. . . o un valor, aunque ciertamente es compatible con una infinita variedad de tales filosofías”. 16
McCobin tiene razón. Puedes ser libertario independientemente de qué otras ideas filosóficas más profundas puedas tener. El libertarianismo es precisamente una ideología de “gran tienda” que no se preocupa en absoluto por cuestiones morales o filosóficas más profundas. Pero esa no es una característica favorable del libertarianismo; al contrario, es un defecto letal.
La gente no puede defender la libertad de forma creíble, coherente o efectiva si sus ideas morales y filosóficas más fundamentales están en conflicto con los derechos. Y los principios fundamentales que tienen las filosofías y las religiones de la mayoría de las personas contradicen de plano la idea de que los derechos deban ser respetados, o incluso que existan. Eso lo vimos anteriormente al hablar de algunas filosofías seculares. Veamos ahora el choque entre derechos y religión.
Religión es incompatible con Derechos
Empecemos con un ejemplo obvio que es muy relevante en el mundo posterior al 11 de septiembre. Según el Islam, Alá ordena a los musulmanes que conviertan o maten a los no-musulmanes: “Combate y mata a los infieles dondequiera que los encuentres, captúralos, acósalos, achéchalos y embóscalos utilizando todas las estratagemas de la guerra” (Corán 9:5); “Combátelos hasta acabar con toda oposición, y hasta que todos queden sometidos a Alá” (8:39). Etcétera. Si la gente cree, como hacen los musulmanes, que Dios existe y que Él les ordena que conviertan o maten a los no creyentes, ¿cómo podemos esperar que respeten los derechos de las personas? Según su religión, Dios no es simplemente un tipo cualquiera que tiene su opinión. Es Dios. Es el gobernante del universo. Hay que obedecerle.
El Islam no es la única religión que exige tal agresión. El Judaísmo y el Cristianismo también lo hacen. Según el Antiguo Testamento, Dios ordena: “Si tu hermano, el hijo de tu madre, o tu hijo, o tu hija, o la mujer de tu seno, o tu amigo que es como tu propia alma, intenta atraerte secretamente, diciendo: ‘vamos y sirvamos a otros dioses’. . . no cederás a él ni le escucharás, ni tu ojo le tendrá pena, ni le perdonarás, ni le encubrirás; sino que le matarás” (Deuteronomio 13:6-9). Y: “Si un hombre se acuesta con varón así como con mujer, ambos han cometido abominación; deberán ser condenados a muerte” (Levítico 20:13).
Aunque el Nuevo Testamento es explícitamente menos violento que el Antiguo Testamento, también incluye parábolas y metáforas en las que Jesús podría decirse que argumenta que sus seguidores han de matar a los infieles. Por ejemplo, en la parábola de las minas, Jesús cuenta la historia de un hombre que iba a ser rey y que, después de convertirse en rey, les pide a sus súbditos que rodeen a quienes se oponían a su reinado y los maten: “En cuanto a esos enemigos míos, que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí” (Lucas 19:27). Del mismo modo, al acabar la última cena, Jesús transmitió la siguiente metáfora a sus discípulos:
“Yo soy la vid; y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto, porque separado de mí no puede hacer nada. Si un hombre no permanece en mí, será echado fuera como sarmiento, y se secará; y los sarmientos se recogen, se echan al fuego y se queman”. (Juan 15:5-6)
Independientemente de si un cristiano específico interpreta esos pasajes como una incitación a matar a los no creyentes, muchos cristianos a lo largo de los siglos sí los han interpretado de esa manera, y esa es en parte la razón por la que los cristianos han matado a tantas personas por negarse a aceptar a Cristo como su Salvador.
Por suerte, pocos judíos o cristianos se toman tales aspectos de su religión tan en serio hoy día. Pero algunos lo hacen. Y muchos se toman esos aspectos lo suficientemente en serio como para pedirle al gobierno que despliegue los Diez Mandamientos en los tribunales (“Yo soy el Señor tu Dios… No tendrás otros dioses más que a mí. . .”), o para prohibir la homosexualidad, o para establecer o mantener leyes que prohiban el matrimonio homosexual, y cosas parecidas.
Y las violaciones de derechos estipuladas o toleradas por la religión se extienden mucho más allá de eso en la cultura y la política. Piensa, por ejemplo, en algunos mandamientos bíblicos relativos específicamente a la propiedad.
Tanto el Judaísmo como el Cristianismo sostienen que somos guardianes de nuestros hermanos, y que tenemos el deber moral de redistribuir la riqueza a los pobres. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son claros en eso. Por ejemplo, Dios dice, por medio de Moisés: “Te ordeno que abras la mano a tus hermanos y a los pobres y necesitados de tu tierra” (Deuteronomio 15:11). Y Jesús dice: “Dale a todo el que te pida, y si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames” (Lucas 6:30); y “Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres” (Lucas 18:22). Etcétera.
Si la gente cree, como hacen los judíos y los cristianos, que Dios existe y que Él es quien manda que se redistribuya la riqueza a los necesitados, ¿cómo puede esperarse que acepten la idea de que deben respetar los derechos de propiedad?
Decirle a una persona religiosa: “Puedes estar a favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y cuando respetes los derechos de las personas” es decirle, “Puedes estar a favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y cuando ignores o niegues los dogmas centrales de tu religión”. ¿Quién va a hacer eso de forma consistente o sostenida? Y si una persona religiosa consistentemente ignorase las premisas esenciales de su religión, ¿cómo se sentiría sobre sí mismo? Y ¿qué podría esperar que “Dios” hiciera con tal desobediencia?
Es imposible defender la libertad sin una moralidad racional
Si la gente acepta ideas morales o filosóficas fundamentales que están en conflicto con los derechos, entonces, aunque digan que están “por la libertad”, no serán capaces de defenderla de forma consistente o duradera. Cuando llegue el momento de votar por un político, o de escribirle a un gobernante, o de defender la abolición de la medicina socializada o la seguridad social, o los programas de cupones para alimentos, o las escuelas administradas por el gobierno, las convicciones filosóficas fundamentales de las personas esencialmente triunfarán, en la mayoría de los casos, sobre sus reivindicaciones políticas.
La legitimidad de la libertad y la maldad del uso de la fuerza presuponen y dependen de ciertos principios morales y filosóficos, los cuales pueden ser socavados y contrariados por otros principios. La única manera de defender la libertad es identificar, aceptar y respetar los principios morales y filosóficos objetivos y demostrablemente verdaderos, y a eso es precisamente a lo que el enfoque del libertarianismo se opone.
Por supuesto, algunos libertarios dicen que no están en contra de los fundamentos filosóficos como tales, sino sólo contra la idea de que haya un único fundamento filosófico objetivamente correcto para los derechos y la libertad. Según ese punto de vista, hay multitud de fundamentos que pueden justificar la libertad, cuantos más, mejor. Como dice Tom Palmer, “Si muchos argumentos diferentes que no son mutuamente exclusivos [sobre la fuente de los derechos] convergen en la misma conclusión, entonces podemos estar más seguros de su verdad que si sólo uno de esos argumentos nos lleva a ella, mientras otros llevan a conclusiones diferentes”. 17 Ya. Eso suena bien, hasta que uno se da cuenta de que esos “diversos argumentos no excluyentes” – que supuestamente convergen en la conclusión de que los individuos tienen derechos – surgen de las mismas filosofías que hemos estado discutiendo, las filosofías que niegan los derechos: utilitarismo, igualitarismo, religión, etc. El propio Palmer cita argumentos de utilitarismo y religión entre los “muchos” que hay; de hecho, los libertarios más fanáticos argumentan a partir del altruismo y del igualitarismo para “defender” la libertad. Todos esos argumentos son bienvenidos en ese campo, siempre y cuando ninguno excluya a los otros. Eso, obviamente, es absurdo.
Otros libertarios, sintiendo la imposibilidad de defender los derechos con filosofías que expresamente niegan la posibilidad de los derechos, simplemente evitan a toda costa cualquier pregunta que tenga que ver con la verdad moral y la filosofía más profunda. Por ejemplo, cuando se les pregunta si existen verdades objetivas sobre el bien y el mal, o si esas “verdades” son sólo el resultado de un consenso social, Harry Brown (nominado en dos ocasiones al Partido Libertario) responde: “Es un juego para nosotros hablar de lo que es moralmente correcto o incorrecto. . . . Los libertarios queremos minimizar el uso de la fuerza al resolver problemas sociales y políticos. . . y no vamos a resolverlos hablando de la filosofía”. 18
La verdad, sin embargo, es que la única forma en que podemos avanzar hacia una sociedad libre es hablando de filosofía.
Premisas morales y filosóficas erradas llevan a resultados políticos desastrosos
Lo que la gente tiene o no tiene el derecho a hacer no puede ser entendido, y mucho menos defendido, sin entrar en filosofía. Quienes no basan el principio de los derechos y la validez de la libertad en verdades morales y filosóficas más profundas realmente no saben qué son derechos o por qué la libertad es buena, por lo tanto no son capaces de aplicar esos principios de forma consistente o racional. Observemos, en este sentido, algunos de los puntos de vista entre libertarios sobre quién tiene “derecho” a hacer qué.
Algunos libertarios, como Murray Rothbard, sostienen que los padres deben ser legalmente libres de dejar que sus hijos se mueran de hambre, no dándoles comida, siempre y cuando los padres no estén agrediendo a nadie. ¿Por qué tomaría alguien una posición así? Porque esa posición está implícita en el llamado axioma de no-agresión. “El axioma fundamental de la teoría libertaria”, explica Rothbard, es que “la violencia no debe ser usada contra un no-agresor. Esa es la regla fundamental a partir de la cual puede deducirse todo el corpus de la teoría libertaria”. 19 Por lo tanto, dice el argumento, mientras los padres no estén agrediendo a nadie, no hay razón para prohibirles legalmente que dejen de alimentar a sus hijos. Escribe Rothbard:
“Los padres no deben tener la obligación legal de alimentar, vestir, o educar a sus hijos, ya que tales obligaciones implicarían actos positivos de coerción sobre los padres, privándoles de sus derechos. . . . Los padres deben tener el derecho legal a no alimentar a un hijo, incluso hasta dejar que se muera. . . . Esta regla nos permite resolver cuestiones tan acuciantes como: ¿debe tener derecho un padre a permitir que un bebé deforme muera (por ejemplo, dejando de alimentarlo)? La respuesta claramente es que sí, partiendo del derecho anterior de permitir que cualquier bebé muera, sea deforme o no”. 20
Esa es la forma de “pensar” que resulta de truncar el principio de los derechos y la legitimidad de la libertad de las ideas morales y filosóficas que los justifican y les dan origen. En este caso lo que se ignora (entre otras muchas cosas) es el objetivo de los derechos, la relación entre derechos y responsabilidades, la naturaleza de los padres, la naturaleza de los hijos, y la naturaleza de la relación entre padres e hijos. Esos no son asuntos políticos; son asuntos morales, epistemológicos y metafísicos. Y no podemos entender las responsabilidades legales válidas de los padres para con sus hijos a menos que entendamos y nos refiramos a esas cuestiones filosóficas más profundas.
Otro ejemplo. Algunos libertarios, como Bryan Caplan, sostienen que nunca debemos participar en una guerra. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera si somos atacados por un estado islámico que tiene como objetivo matarnos a todos. ¿Por qué? Porque, según Caplan, la guerra implica, inevitablemente, “matar a muchos civiles inocentes” 21, o, por lo menos “poner en peligro temerariamente a un gran número de personas inocentes” 22, lo cual, según el axioma de no-agresión, hace que ello sea instantáneamente malvado. “La política exterior que se deriva de los principios libertarios”, escribe Caplan, es “la oposición a todas las guerras. ¿Y cuál es el nombre de ‘oposición a toda guerra’? El pacifismo”.
“¿Pero el pacifismo no contradice el principio libertario de que las personas tienen derecho a utilizar la fuerza como represalia? No. Estoy totalmente a favor de la venganza contra delincuentes individuales. Mi tesis es que, en la práctica, resulta casi imposible hacer la guerra con justicia, es decir, sin pisotear los derechos de los inocentes. Cada organización militar viable en la historia ha usado la fuerza para adquirir recursos, imprudentemente poniendo en peligro las vidas de civiles, y ha abrazado alguna variante de la culpa colectiva. La guerra es un negocio sucio. Es demasiado difícil ganar si juegas siguiendo las reglas”. 23
Según esa “lógica”, puesto que no podemos eliminar a los regímenes extranjeros que nos atacan sin matar a personas inocentes en el proceso, no tenemos derecho a eliminar a los regímenes agresores. Una vez más, ese es el tipo de “pensamiento” que proviene de separar el principio de los derechos y la maldad de la fuerza de los fundamentos morales y filosóficos que justifican y dan lugar a esos principios. Lo que se ignora aquí (entre otras muchas cosas) son el objetivo moral del gobierno, la naturaleza egoísta de los derechos, y la naturaleza de la responsabilidad moral, que incluye el principio de que las personas y los gobiernos son responsables de las consecuencias de las acciones y los eventos que ellos necesitan. Cuando estas y otras verdades morales y filosóficas se tienen en cuenta, podemos ver que un gobierno moral se preocupa de proteger los derechos de sus ciudadanos, sin importarle qué es necesario para hacerlo, y que la responsabilidad moral por la muerte de todos los inocentes en guerra recae sobre quienes iniciaron la fuerza y que por lo tanto necesitaron medidas de retaliación. Podemos ver que, aunque el gobierno al tomar represalias y usar la fuerza no deba matar gente inocente más allá de lo necesario para eliminar al agresor, sí puede matar inocentes si es necesario, y hasta el extremo que sea necesario, para eliminar al agresor. En resumen, si tenemos en cuenta los principios morales y filosóficos más profundos podemos ver cómo navegar por una situación muy compleja y horrible; si no lo hacemos, no podemos.
El anarquismo muestra hasta dónde puede llegar la irracionalidad
Como último ejemplo de lo que ocurre cuando se ignoran las verdades filosóficas más profundas, observemos que muchos libertarios – incluyendo a Murray Rothbard, Bryan Caplan, Roy Childs, Randy Barnett, Peter Leeson, Walter Block, y David Friedman – abrazan el anarquismo, la idea de que todo gobierno debe ser eliminado. Según este punto de vista, el gobierno, por su naturaleza, es inaceptable, porque, al establecer y hacer cumplir leyes en un área geográfica determinada, el gobierno “agrede” contra quienes no quieren obedecer esas leyes. El gobierno, según el anarquismo, debe ser abolido para que las personas sean “libres”: libres, no sólo para producir y comerciar, sino también para formar sus propias “agencias privadas de defensa”, o “agencias de defensa en competencia”. En ausencia de un gobierno, sigue el argumento, esos organismos de defensa compitiendo entre sí harían que la sociedad fuese pacífica”. 24
Esa idea y todas sus variantes ignoran tantas verdades morales y filosóficas que es difícil saber por dónde empezar. Ignoran el hecho de que un mercado libre presupone la existencia de un gobierno que prohiba iniciar la fuerza en las relaciones sociales, y que utilice la fuerza sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. (Si iniciar la fuerza no está prohibido por el gobierno, entonces las personas y sus propiedades están a merced de cualquier delincuente o pandilla que decida usar la fuerza.) Ignoran muchos hechos acerca de la naturaleza humana, incluyendo el hecho de que sin garantía de poder mantener y usar el producto de su esfuerzo, la gente pierde todo incentivo a producir; y el hecho de que si las personas tienen que preocuparse constantemente de si van a ser atacados por un matón o por un grupo o por una agencia de defensa competidora, no pueden concentrarse en ser productivas o en buscar otros valores que les sirvan a su vida, sean relaciones románticas, o actividades recreativas, o vacaciones, o comidas. Ignoran el hecho de que las agencias de defensa competidoras necesariamente tendrían que estar basadas en ideas opuestas compitiendo sobre cuál es y cuál no es la fuente apropiada de las reglas y las “leyes” por las que se rigen (¿la Biblia? ¿el Corán? ¿el consenso social? ¿el deseo de Mugsy?), qué es permisible y qué no lo es (¿la propiedad? ¿el aborto? ¿la pedofilia? ¿la libertad de expresión?), qué tipo y qué nivel de fuerza debe ser usada contra aquellos que violan las leyes del clan (¿la lapidación? ¿la amputación? ¿la venganza contra los miembros de su familia?), qué hacer cuando alguien del clan A hace algo inadmisible según las leyes del clan de B (¿secuestrarlo? ¿invadir y conquistar a su clan? ¿matarlos a todos? ¿olvidarlo todo?), y así sucesivamente.
Lo más fundamental del anarquismo, sin embargo, es que ignora las leyes de identidad y de no-contradicción, los hechos realmente axiomáticos: que las cosas son lo que son y no pueden ser lo que no son. El anarquismo imagina, por ejemplo, que muchos gobiernos pequeños, por alguna razón no son gobiernos en absoluto. El gran liberal clásico del siglo XIX Auberon Herbert aborda este y otros puntos relacionados de forma concluyente: “La anarquía”, explica Herbert, “nos parece no comprenderse a sí misma”:
“No es, en realidad, anarquía o ´no gobierno´. Cuando destruye al gobierno central y regularmente constituido y propone dejar que cada grupo haga sus propios arreglos para reprimir la delincuencia común, se limita a descentralizar al gobierno hasta el punto más lejano, dividiéndolo en fragmentos diminutos de varios tamaños y formas. Mientras haya delincuencia común, mientras haya agresiones de un hombre contra la vida y la propiedad de otro hombre, mientras haya una gran masa de hombres decididos a defender su vida y su propiedad, no puede haber anarquía o falta de gobierno.
“Por la necesidad de las cosas, nos vemos obligados a elegir entre un gobierno constituido regularmente (y generalmente aceptado por todos los ciudadanos para la protección del individuo), y un gobierno constituido irregularmente, aceptado irregularmente, tomando su forma simplemente de acuerdo con el patrón de cada grupo. Ni en un caso ni otro hemos eliminado al gobierno. El anarquista más puro, el hombre que realmente elimina al gobierno, es Tolstoi, que predica, como hizo Cristo, que todos debemos aceptar los golpes sin devolverlos. De ese modo, es cierto, el gobierno puede ser eliminado; pero ¿cuántos de nosotros estamos preparados para seguir a Tolstoi?
“Aún hay, como muchos anarquistas podrían instar, otro método de hacer frente a los delitos comunes. Bajo la teoría de “no hay gobierno”, la defensa de la persona y de su propiedad, y el castigo por el crimen, podrían ser dejados totalmente en manos del individuo; y este método, como el método de Tolstoi, sería bastante consistente con la verdadera teoría anarquista. He oído a un anarquista muy capaz defenderlo en base a que los hombres usarían la fuerza con más escrupulosidad si se vieran obligados a actuar en sus propias personas, que si tuviesen que actuar a través de un juez o de la policía. Pero aquí, de nuevo ¿cuántos de nosotros por un lado, estamos preparados a juzgar y a actuar por nosotros mismos en lo que respecta a nuestros propios errores?; o, por el contrario, ¿cuántos de nosotros consentiríamos en que se auto-nombraran jueces y verdugos aquellos que creen haber sido perjudicados por nosotros? Para la mayoría de nosotros, tal sistema podría ser descrito solamente con una palabra: pandemonium”. 25
El razonamiento de Herbert aquí es perfectamente válido. Pero no va a convencer a quienes se niegan a considerar nada más fundamental que el llamado axioma de no-agresión.
Observemos que el punto de Herbert es esencialmente metafísico y epistemológico. Tiene que ver con la ley de identidad: Las cosas son lo que son: un gobierno descentralizado es un gobierno descentralizado. Tiene que ver con la naturaleza del hombre: mientras la gente decida defender su vida y su propiedad (como han de hacer para poder vivir), formará gobiernos para ello; por lo tanto, no puede dejar de haber gobierno, al menos, no por mucho tiempo. Y tiene que ver con la ley de no-contradicción: Nada puede ser a la vez lo que es y lo que no es: un gobierno no puede ser un no-gobierno, y un pandemonium no puede ser paz.
Lo anterior representa sólo algunos de los muchos problemas que hay con el libertarianismo. Pero esos pocos deben ser suficientes para confirmar que defender la libertad individual independientemente de los fundamentos de esa libertad es un enorme absurdo.
Moralidad y Filosofía siempre triunfan (a la larga) sobre Política y Economía
Por supuesto, no todas las personas que se dicen libertarios quieren legalizar la muerte por inanición de los niños, o abstenerse de defender su país, o instituir el gobierno de pandillas, ni cosas parecidas. Pero nada en la ideología del libertarianismo se opone a tales posiciones, porque los principios que se oponen a tales posiciones se encuentran en una moralidad y una filosofía más profundas. Para entender lo que tienen de errado esas posiciones, debemos adentrarnos en la filosofía.
Algunos libertarios tratan de defender la libertad única y exclusivamente educando a la gente sobre economía y política – explicando cómo funcionan los mercados, cómo surge el “orden espontáneo” cuando los individuos y las empresas son libres, y cómo un sistema legal que prohíbe la fuerza permite que todo eso ocurra. Esa es la misión de organizaciones como la Foundation for Economic Education (FEE), el Cato Institute, y el Competitive Enterprise Institute. Ciertamente, las explicaciones de la viabilidad económica de los mercados libres y del orden político necesario establecido por el estado de derecho son importantes para promover y defender la libertad. Pero separados de la base moral y filosófica que subyace y apoya los derechos y la libertad, los argumentos económicos y políticos a favor de la libertad se quedan en nada.
Independientemente de si la gente cree que la libertad es económicamente práctica, si mantienen que es moralmente inaceptable – lo que hacen al aceptar utilitarismo, altruismo, igualitarismo, religión, etc., – entonces serán incapaces de luchar por la libertad de forma efectiva. Los economistas y los politólogos le han estado enseñando a la gente durante muchas décadas lo prácticos que son los mercados libres y el estado de derecho, mostrando cómo esas condiciones permiten que la gente persiga sus objetivos y mejore sus vidas. Sin embargo, poca gente hoy día apoya una sociedad verdaderamente libre. ¿Por qué? Porque los principios morales y filosóficos más profundos de las personas en última instancia triunfan sobre sus creencias políticas y económicas. Como escribió Ayn Rand en una carta a Leonard Read cuando éste se preparaba para lanzar FEE, “La gente no abraza el colectivismo porque ha aceptado una teoría económica falsa. Acepta una teoría económica falsa porque ha abrazado el colectivismo”.
“No puedes revertir causa y efecto. Y no puedes destruir la causa luchando contra el efecto. Eso sería tan inútil como tratar de eliminar los síntomas de una enfermedad sin atacar a sus gérmenes.
“La economía marxista (colectivista) ha sido demolida, refutada y desacreditada hasta su raíz. La economía capitalista (individualista) nunca ha sido refutada. Y sin embargo, la gente sigue aceptando el marxismo. Si te fijas más de cerca, verás que la mayoría de la gente sabe, de forma vaga y preocupante, que la economía marxista es un camelo, pero eso no impide que siga defendiendo esa misma economía marxista. ¿Por qué?
“La razón es que la economía ocupa el mismo lugar en relación a la totalidad de la vida de una sociedad que los problemas económicos ocupan en relación a la vida de un solo individuo. Un hombre no existe simplemente con el fin de ganarse la vida; se gana la vida con el fin de existir. Sus actividades económicas son el medio para un fin; el tipo de vida que quiere llevar, el tipo de objetivo que quiere lograr con el dinero que gana determina qué tipo de trabajo elige hacer y si decide trabajar en absoluto. Un hombre completamente sin objetivo (sea ambición, carrera, familia, o cualquier cosa) deja de funcionar en el sentido económico. Ahí es cuando se convierte en un vagabundo en la cuneta. La actividad económica en sí nunca ha sido la meta o la fuerza motriz de nadie. Y no creo que ningún tipo de ley de autoconservación funcionaría aquí: que un hombre quisiera producir solamente para poder comer. No lo hará. Para que la autoconservación se reafirme a sí misma, tiene que haber alguna razón para que su ego quiera automantenerse. Sea lo que sea que un hombre haya aceptado, consciente o inconscientemente, por rutina o eligiendo el objetivo de su vida, eso es lo que determinará su actividad económica.
“Y lo mismo puede decirse de la sociedad y de las convicciones de los hombres sobre los aspectos económicos apropiados para una sociedad. Lo que la sociedad acepta como su objetivo y su ideal (o, para ser exactos, lo que los hombres piensan que la sociedad debe aceptar como su objetivo y su ideal) determina el tipo de economía que los hombres van a defender y a tratar de practicar; puesto que la economía es sólo el medio para un fin.
“Cuando el objetivo social elegido es, por su propia naturaleza, imposible e inviable (como es el colectivismo), es inútil indicarles a las personas que los medios que han elegido para lograrlo no son viables. Tales medios van con tal objetivo; no hay otros. No puedes hacer que los hombres abandonen los medios hasta haberlos persuadido a abandonar el objetivo final.
“Ahora bien, la elección de un objetivo personal o de un ideal social es cuestión de filosofía y teoría moral. Por eso, si uno quiere curar a un mundo moribundo, tiene que empezar con principios morales y filosóficos. No hay otra alternativa”. 26
Argumentos económicos sin base moral y filosófica no van a ninguna parte
Los argumentos económicos sin base moral y filosófica de los derechos no van a cambiar ni pueden cambiar la mente de la gente de forma sustancial o duradera. Por eso – a pesar de todas las instituciones dedicadas a educar a la gente sobre economía, y a pesar de todos los libros y artículos explicando de forma exhaustiva cómo y por qué los mercados libres llevan a la prosperidad – hemos aguantado y continuamos aguantando un sistema cada vez mayor de leyes, regulaciones, programas e instituciones que violan los derechos: desde las leyes de defensa de la competencia, a las escuelas administradas por el gobierno, a las leyes sobre el salario mínimo, a la Seguridad Social, a los programas de cupones de alimentos, a [en USA] Medicare y Medicaid, Fannie Mae y Freddie Mac, Sarbanes-Oxley, Dodd-Frank, ObamaCare, y dios sabe qué más se nos viene encima. Estamos controlados por ese tipo de políticas e instituciones estatistas, no porque la gente no entienda lo suficiente de economía, sino porque sus puntos de vista filosóficos y / o religiosos dictan que tales políticas e instituciones son moralmente necesarias, y que eliminarlas, aunque fuera económicamente prudente, sería moralmente aborrecible.
Si queremos trabajar hacia una sociedad libre, no es suficiente decir que tenemos “derechos”, o que la agresión es “mala”, o que los mercados libres son “buenos”. Tampoco es suficiente explicar por qué y cómo los mercados libres funcionan. Si queremos defender la libertad con éxito, hemos de entender y ser capaces de explicar de dónde vienen esos derechos, por qué los tenemos, y cómo lo sabemos. Debemos entender y ser capaces de explicar qué significan objetivamente los conceptos de “bueno” y “malo”, y cómo sabemos eso. Debemos adentrarnos en la filosofía.
Después de haber abordado este tema en el espíritu de Frédéric Bastiat, después de haber tenido en cuenta no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve al tratar las descripciones comunes de libertarianismo, ahora podemos ver que la esencia del libertarianismo es rechazar la necesidad de adoptar y discutir filosofía al defender la libertad. Eso es lo que es inaceptable sobre el libertarianismo.
Mientras que el libertarianismo sostiene que no debemos hablar de filosofía al defender la libertad, una ideología diferente sostiene que sí debemos hablar de ella. El mejor término para esa ideología es, parafraseando a Ayn Rand, el “capitalismo radical”. 27
El Capitalismo Radical como antídoto al Libertarianismo
Radical significa “ir a la raíz” o “ir a lo fundamental”. El capitalismo es el sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, en el que el gobierno hace una sola cosa: proteger los derechos mediante la prohibición de la fuerza física de las relaciones sociales, y mediante el uso de la fuerza sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. La frase “capitalismo radical” incluye o implica una serie de aspectos esenciales de una sociedad libre que el libertarianismo ignora o niega. Consideremos:
  • Como radical significa “ir a la raíz”, el capitalismo radical implica tener en cuenta la importancia de lo esencial, y la necesidad de abordar cuestiones tales como: ¿Qué son derechos? ¿De dónde provienen? ¿Cómo lo sabemos? ¿Cuál es el estándar del bien y el mal, de lo correcto y lo incorrecto? ¿Cómo sabemos eso? ¿Cuál es nuestro medio de conocimiento? ¿Cómo podemos validar nuestras ideas y ver si se corresponden con la realidad?
  • Como el capitalismo es el sistema social en que el gobierno protege los derechos, el capitalismo radical implica y abarca la necesidad de un gobierno, y por lo tanto se opone al anarquismo, a la absurda idea de que el gobierno debe ser abolido para dar paso a la guerra entre pandillas.
  • Como el objetivo del gobierno en una sociedad capitalista es proteger los derechos de los individuos que están a su cargo, el capitalismo radical rechaza el pacifismo, el llamado “no-intervencionismo”, y cualquier otra idea que le impida al gobierno usar la fuerza necesaria para eliminar a agresores extranjeros. El gobierno en una sociedad capitalista debe usar toda la fuerza que sea necesaria para proteger los derechos de sus ciudadanos. Además, al ser la amenaza de fuerza un tipo de fuerza – un hecho pasado por alto por quienes se niegan a hablar de filosofía – un gobierno que protege los derechos puede legítimamente usar la fuerza si es necesario incluso contra aquellos que “simplemente” han amenazado usarla. Es más, como la filosofía más profunda deja claro que todas las muertes en una guerra – incluyendo las muertes causadas directamente por el estado que usa la fuerza como represalia – son responsabilidad moral del estado o del régimen que inició la fuerza, el capitalismo radical defiende valientemente el derecho moral de una nación atacada o amenazada a usar fuerza contra el agresor, aunque haya inocentes que (desgraciadamente) mueran en el proceso.
Hay beneficios adicionales relacionados con el uso de la frase “capitalismo radical” para denotar la ideología anclada en los fundamentos morales y filosóficos de la libertad, pero los puntos mencionados nos dan una indicación de cómo la idea contrasta con el libertarianismo.
Capitalismo radical y libertarianismo no son sólo dos cosas diferentes. Son cosas esencialmente diferentes. Son cosas radicalmente diferentes. El uno defiende y aboga por una sociedad libre mediante la identificación y la defensa de las ideas morales y filosóficas que subyacen y apoyan tal sociedad; el otro intenta defender una sociedad libre ignorando o negando esas ideas (o la necesidad de discutirlas). El uno apoya sus conclusiones políticas con una estructura sólida de principios integrados que en última instancia están basados en la realidad que percibimos; el otro afirma sus posiciones políticas y utiliza conceptos tales como “libertad”, “derechos”, y “bueno” y “malo”, a la vez que ignora o niega las ideas más fundamentales de las cuales esos conceptos lógicamente dependen. El uno es un ejemplo práctico de la naturaleza jerárquica del conocimiento conceptual; el otro es un ejemplo de la falacia del concepto robado, que consiste en usar una idea o un concepto, mientras se ignoran o se niegan las ideas en las que lógicamente depende. 28
En vista de esa enorme y fundamental diferencia, el hecho de que tanto el capitalismo radical y el libertarianismo pretendan ser “por la libertad” es trivial. Esas ideologías son superficialmente similares, y sin embargo son esencialmente diferentes. Y por ser esencialmente diferentes, necesitamos diferentes términos para referirnos a ellas.
Ideas esencialmente diferentes necesitan conceptos diferentes para referirse a ellas
Aunque algunos libertarios insisten en llamar a cualquier persona que aboga por la libertad un “libertario”, están objetivamente equivocados al hacerlo. Una clasificación apropiada responde a los requisitos que de hecho tiene la cognición humana. El objetivo de clasificar es identificar cosas esencialmente similares y diferenciarlas de las que son esencialmente diferentes, para así saber, cuando pensamos y hablamos, qué estamos pensando y sobre qué estamos hablando. Necesitamos distinguir la ideología que reconoce y sostiene los fundamentos de la libertad de la que los ignora o los niega. Empaquetar conceptualmente esas dos cosas juntas, tratarlas como si fuesen esencialmente lo mismo cuando en realidad son esencialmente diferentes, es cometer la falacia del paquete regalo, que consiste en mezclar mentalmente lo que es lógicamente inmezcable. 29 El amasijo resultante de ese paquete regalo difumina las distinciones cruciales, estrangula el pensamiento racional, y causa estragos en los esfuerzos por defender la libertad.
Por ejemplo, difumina la diferencia entre quienes son partidarios de limitar el gobierno a la protección de los derechos, y quienes abogan por eliminar el gobierno; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad tiene como objetivo final acabar en anarquía, lo cual, a su vez, hace que a la gente no le interese unirse a los defensores de la libertad o apoyarles. Difumina la diferencia entre quienes abogan por una política exterior de interés propio racional, y quienes abogan por una política exterior de pasividad suicida; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad preferiría permitir que regímenes enemigos nos mataran a nosotros y a nuestros hijos, en vez de exigirle a nuestro gobierno que acabe con esos regímenes aunque hacerlo suponga matar a inocentes. Y difumina la diferencia entre quienes reconocen la necesidad de tener principios morales y filosóficos objetivos que validen la libertad, y quienes niegan esa necesidad; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad es anti-intelectual y que de alguna manera no reconoce el hecho que la libertad es incompatible con las moralidades y las filosofías ampliamente aceptadas en la actualidad. Todo eso daña la causa de la libertad.
Si queremos defender la libertad, necesitamos distinguir las ideologías, los individuos y las organizaciones que abrazan y defienden los fundamentos de la libertad de aquellos que no lo hacen. Clasificar por medio de elementos esenciales es nuestra forma de hacerlo.
Defender la libertad en base a fundamentos morales y filosóficos, o ignorarlos y negarlos
El libertarianismo, propiamente definido, es la ideología que intenta defender la libertad a la vez que ignora o niega los fundamentos morales y filosóficos de los que la libertad depende. Ese no tuvo por qué ser el significado de la palabra, pero es de hecho el significado de la palabra debido a las ideas y a las acciones de quienes le han dado forma al libertarianismo a lo largo de décadas. El capitalismo radical, por el contrario, es la ideología que pretende defender la libertad mediante la identificación y la defensa de los fundamentos morales y filosóficos de los cuales depende. Si queremos defender la libertad, debemos llamar a las cosas por su nombre, y debemos respetuosamente indicarles a quienes reconocen y mantienen las bases filosóficas objetivas de la libertad, pero insisten en ser llamados libertarios, que están equivocados y perjudicándose al hacerlo. 30
Una cosa es reconocer la necesidad de tener una base filosófica objetiva en defensa de la libertad, aunque uno puede no estar seguro o incluso no estar de acuerdo en cuanto a los detalles de esa base; y otra cosa es negar la necesidad de tener una base. Si los defensores de la libertad reconocen la necesidad pero no están de acuerdo sobre la naturaleza de la base, adelante, tengamos esa conversación. Esa es exactamente la conversación que necesitamos tener. Pero no empaquetemos a quienes reconocen esa necesidad con quienes la niegan, tratándolos como si fuesen esencialmente los mismos. No lo son. El capitalismo radical es una cosa; el libertarianismo es otra.
Nada de esto significa que capitalistas radicales y libertarios nunca deban participar o colaborar entre ellos. Puede ser perfectamente una cuestión de principio el que los capitalistas radicales trabajen con libertarios, siempre que al hacerlo no difuminen las diferencias entre las respectivas ideologías. Si el objetivo de una concesión es moralmente legítimo – digamos, educar a los libertarios sobre la necesidad de la filosofía en defensa de la libertad, o animar a la gente a pedirles a sus representantes políticos que apoyen la derogación de leyes que violan derechos, o cosas parecidas – y si los capitalistas radicales no hacen ninguna concesión en cuanto a que la filosofía no es necesaria para defender la libertad, entonces dialogar con libertarios puede ser perfectamente razonable. (He participado varias veces en eventos organizados por Estudiantes por la Libertad, en los que he discutido la necesidad de una defensa moral y filosófica de la libertad, y seguiré hablando con los libertarios que estén dispuestos a considerar estas ideas.)
Estamos enzarzados en una lucha crucial por la libertad: la libertad de vivir nuestras propias vidas y buscar nuestra propia felicidad, de acuerdo con nuestro propio juicio. Nuestros enemigos – con sus filosofías ardientes – tienen como objetivo acabar con la libertad. Algunos quieren directamente acabar con nosotros. Pero esta no es una batalla para gente que se niega a discutir de filosofía. Es una batalla para gente que insiste en hablar de ella.
Abraza la filosofía. Discute la filosofía. Conviértete en un radical por el capitalismo.
# # #
Publicado originalmente en The Objective Standard
Traducido, editado y publicado por Objetivismo.org con autorización expresa de The Objective Standard. Derechos reservados. Las notas de pie de página (abajo) conservan la versión original en inglés.
Nota original sobre derechos de autor: This article is protected by copyright law. Permission is hereby granted to excerpt up to 600 words, providing that the excerpt is accompanied by proper credit to the author and a link to the full article at the website of TOS. For permission to reproduce longer excerpts, contact the editor at editor@theobjectivestandard.com
N. del T. : Añadimos aquí enlaces a dos podcasts importantes (en inglés) relacionados con el tema del Libertarianismo. El primero es una discusión entre Leonard Peikoff y Yaron Brook; el segundo es una continuación de Yaron Brook aclarando el vocablo “capitalismo”.

Wednesday, August 3, 2016

La Rebelión de Atlas contra la Opresión del Individuo

opresion individuo atlas 
Para conseguir un cambio intelectual en la cultura que restaure y revitalice los cimientos de América, tal vez nuestra actividad más importante sea poner las novelas de Ayn Rand en manos de los ciudadanos; y la más vital de sus novelas, la que hay que poner en sus manos, es “La Rebelión de Atlas”.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué creemos que los cimientos de América necesitan ser restaurados? ¿Y qué es lo que una novela, una obra de ficción, tiene que ver con todo eso? ¿Y más aún, con el curso de una cultura y el destino de una nación? Estas son las preguntas a las que voy a tratar de responder.
Mi enfoque no va a estar en los detalles de la historia de la novela; y voy a tratar de evitar en lo posible arruinar la trama para aquellos que aún no la han leído. Mi enfoque va a estar en la importancia cultural de La Rebelión de Atlas. Para entender esa importancia cultural, primero tenemos que retroceder unos 230 años hasta el nacimiento de la nación, y ver lo que la Revolución Americana consiguió y lo que dejó de conseguir.


Es fácil olvidar lo radicalmente nueva que es la idea de América. Los Padres Fundadores inventaron una nueva forma de gobierno.
Todas las anteriores formas de gobierno habían concentrado el poder en las manos del Estado, a expensas del individuo. La teocracia puso el poder en manos de sacerdotes y papas que, como voceros de lo sobrenatural, tenían que ser obedecidos sin cuestionar. La monarquía puso el poder en manos de un rey o una reina, cuyos súbditos vivían y morían por sus edictos. La aristocracia puso el poder en manos de una élite hereditaria que pisoteaba a los miembros de las clases inferiores. La democracia puso el poder en manos de la mayoría, que podía hacerle lo que quisiera a la minoría.
En todos estos sistemas, los individuos recalcitrantes fueron tratados de la misma manera; fueron confrontados con instrumentos de coacción física: con prisión, tortura y muerte.
Los sacerdotes colocaron a Galileo bajo arresto domiciliario y quemaron a Bruno en la hoguera. El rey decapitó a Tomás Moro. Los aristócratas pisotearon a campesinos individuales en masa, a veces para poder literalmente bañarse en la sangre de los campesinos. La democracia ateniense ordenó que Sócrates bebiera la cicuta.
A todas estas atrocidades los Padres Fundadores dijeron “¡Basta!”. Idearon un sistema político que puso el poder en manos del individuo, a expensas del Estado. El individuo, ellos declararon, posee derechos inalienables a la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad. El gobierno no está por encima del individuo, como su amo; el gobierno está por debajo del individuo, como su siervo.
“Para garantizar estos derechos”, Jefferson escribió en la Declaración de Independencia, “gobiernos son instituídos entre los hombres, derivando sus legítimos poderes del consentimiento de los gobernados”. Y si un gobierno viola los derechos del individuo, “es el derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno”.
En la Declaración, los Padres Fundadores estaban obviamente declarando independencia de Gran Bretaña, pero más profundamente, estaban declarando una independencia de sacerdotes y de reyes, de aristócratas y de la voluntad de la mayoría. Estaban creando un santuario para individuos, para individuos con mentes sin límite, para los Galileos y los Sócrates del mundo, que ahora se encontrarían con un destino diferente.
Pero ¿qué motivó a los Padres Fundadores a adoptar la increíblemente peligrosa medida de crear un país diferente? ¿Por qué arriesgaron sus vidas, sus fortunas y su sagrado honor?
La clave para entender la motivación de los Padres Fundadores es que eran idealistas de este mundo, basados en los hechos. Como estudiantes de la Ilustración, de la Edad de la Razón en Europa, los Padres Fundadores creían en la perfección del hombre. Si el hombre indefectiblemente usa su mente racional, y si detenidamente estudia y formula los métodos por los que, de hecho, los valores humanos y la prosperidad son logrados, entonces, ellos mantenían, la perfección aquí en la Tierra es posible para el hombre.
Eso es precisamente lo que los Padres Fundadores hicieron con respecto al tema del gobierno. Minuciosamente estudiaron las formas y la historia de los gobiernos a fin de definir un método perfecto de gobernar. El resultado fue la Constitución de los Estados Unidos, junto con su sistema de controles y equilibrios, diseñados para evitar la aparición de cualquier poder absoluto.
Para la mayoría de los súbditos británicos, el dominio británico era bueno; y, comparado con el resto del mundo, lo era. Y de hecho era lo suficientemente bueno. Pero, para los Padres Fundadores, “bueno” no era suficiente. Como idealistas, buscaban la perfección. Y cuando vieron la posibilidad de actuar, por lo tanto, se rebelaron, cuando pocos otros hombres lo habrían hecho.
Pero arder con este tipo de idealismo requiere una profunda auto-estima. Requiere un espíritu que quiere ver la perfección hecha realidad por sí misma y en su propia vida. La verdadera auto-estima – no del tipo “todos somos buenos” – es una estima que hay que ganarse, de la propia alma. Es la convicción de que te mereces el éxito y la felicidad porque estás continuamente trabajando para conseguirlos.
Si te preguntas sobre la imponente estatura de los Padres Fundadores, de hombres como Washington y Jefferson, esta es la clave: eran  hombres de genuina auto-estima, hombres que consideraron la perfección de su propia vida, mente, carácter y felicidad… con la máxima seriedad. Eran pensadores abstractos y a la vez hombres de acción; hombres de gran y creciente erudición, que eran también abogados, agricultores, editores, empresarios, arquitectos e inventores.
Este tipo de individuo celosamente protegerá su libertad, la libertad de seguir su propio criterio, tomar sus propias decisiones, y disfrutar de los valores y la riqueza que él mismo crea. Para tal individuo, la cuestión de su propia perfección es una realidad cotidiana que no le permitirá a nadie usurpar. Para tal individuo, la idea de que él es algo pecaminoso, o irracional, o una criatura miserable desesperadamente necesitada de un superior que le diga lo que tiene que hacer, no es real.
Este tipo de individuo no permitirá que ningún rey o gobierno dicte sus convicciones o disponga de su fortuna y su vida. No, ni por ninguna razón, ni en ningún grado.
Para los Padres Fundadores, el lema “vivir libre o morir” tenía un significado real. Sin libertad, estarían muertos; su modo de existencia estaría muerto, la implacable e incesante búsqueda de su propia perfección estaría muerta. Y eso es lo que pensaban.
La Declaración de Independencia fue una declaración de auto-estima.
Pero el logro de los Padres Fundadores se está erosionando. Se quedarían pasmados del poder que ahora se está concentrando en manos del gobierno americano a expensas del individuo.
¿Puedes imaginarte a Jefferson sometiéndose a los inspectores de la construcción, quienes decidirían si Monticello pasa el código? ¿O suplicando ante funcionarios del FDA [Food and Drug Administration, “Departamento de Drogas y Alimentos”] para consumir una droga experimental, que según su criterio científico, es beneficiosa? ¿O permitiendo que los administradores de la Seguridad Social dictasen cuánto tiene que ahorrar para su jubilación y cómo tiene que invertirlo? ¿O pacientemente observando cómo el recaudador de impuestos coge su dinero y lo tira en los vertederos de ayuda a África?
¿Te lo imaginas postrándose ante la FCC [Federal Communications Commission, Comisión Federal de Comunicaciones] que determinará si el contenido de lo que transmite es obsceno? ¿Te imaginas a Thomas Jefferson pidiéndole perrmiso al gobierno para fumar un cigarrillo en un restaurante, comer espinacas irradiadas, enroscar una bombilla incandescente, o comprar una patata frita trans-grasienta?
Y sin embargo, hasta hoy, los americanos no tienen la auto-estima para protestar contra estas usurpaciones de su juicio, su elección, su libertad.

Salario mínimo vs. Realidad

salario minimo 
¿Por qué está la izquierda obsesionada con aumentar el salario mínimo? En cualquier oportunidad, desde el discurso del estado de la Unión de Obama a la columna de Paul Krugman en el New York Times, los izquierdistas defienden apasionadamente ese aumento. Los últimos ejemplos son los esfuerzos que han hecho los demócratas del Senado para subir el salario mínimo a $10.10, el que el gobernador de Maryland lo subiera de hecho en su estado, y recientemente el que la ciudad de Seattle lo subiera a $15.00, el más alto del país. Ciertamente los izquierdistas son conscientes del daño que cualquier salario mínimo (especialmente si es alto) le causa precisamente a la gente a la que pretenden ayudar.
De hecho, sabemos que sí son conscientes de ello.


Por ejemplo, Christina Romer, la ex-presidenta con tendencias izquierdistas del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Obama, reconoce que el salario mínimo causa desempleo. Y Paul Krugman, en su libro de economía, explícitamente describe los efectos destructivos del salario mínimo.
El argumento económico contra el salario mínimo es fácil de entender. Cuando el gobierno sube artificialmente el precio de algo, la demanda para ese algo disminuye. Al aumentar el salario mínimo disminuye la demanda de trabajo no cualificado (que normalmente son los jóvenes), aumenta el desempleo en ese grupo, y se acelera la adopción de tecnología que sustituirá a los trabajadores, sobre todo a los menos cualificados.
Entonces, ¿por qué en el New York Times defiende Paul Krugman el salario mínimo? Y ¿por qué tantos de sus colegas de izquierdas pasan por alto el daño económico causado a aquellos a quienes supuestamente quieren ayudar?
La respuesta es simple: el daño económico no les importa en absoluto.
No les importa el adolescente que perderá su trabajo y la oportunidad de adquirir nuevas habilidades, o el inmigrante que intenta alimentar a su familia. La izquierda apoya el salario mínimo, pero no lo hacen porque supuestamente tenga un impacto favorable sobre nadie; saben que no tiene ningún impacto favorable, pero eso les da igual. La izquierda apoya el salario mínimo porque pueden venderlo como “bueno” y “noble”, mientras mienten y evaden sus consecuencias económicas.
A la mayoría de la gente le importa hacer lo que cree que es correcto. La mayoría de nosotros, desafortunadamente, hemos sido totalmente impregnados con la ética del altruismo; nos han enseñado desde siempre que sacrificarnos desinteresadamente por otros, especialmente por los “pobres y necesitados”, es la esencia misma de la moralidad. Nos han enseñado que preocuparse por los “pobres” es, por encima de todo, un requerimiento básico para ser una buena persona. Nos han enseñado a no oponernos a ningún plan cuyo objetivo sea ayudar a los pobres, a no cuestionarlo, y a no darle muchas vueltas al tema (incluso eso sería demasiado egoísta y poco compasivo). Los de izquierdas se aprovechan de nuestra moralidad altruista – de que no osemos cuestionar su motivación – para vendernos un programa que les hace parecer buenos, les hace parecer morales.
Observa que Obama no dice que “Estados Unidos se merece un aumento” porque los trabajadores de salarios bajos de repente son más productivos y, por lo tanto, más valiosos para sus empleadores. No; él dice que se lo merecen porque “nadie que trabaja a tiempo completo debería tener que vivir en la pobreza”. Y ¿qué pasa con las consecuencias del salario mínimo? ¡Al diablo con las consecuencias! ¿Qué pasa con el empresario que tiene que llegar a fin de mes y sólo puede pagar un salario por trabajo no cualificado que es más bajo que el salario mínimo? ¡Al diablo con los empresarios! ¿Y qué pasa con los trabajadores que están dispuestos a trabajar por un salario más bajo que el salario mínimo, pero que serán despedidos o sustituidos por cajeros automáticos y por otras tecnologías? ¡Al diablo con los trabajadores! ¡El salario mínimo es lo correcto! ¡Nos hace sentirnos morales! ¡Al diablo con la realidad!
Subir el salario mínimo nos hace sentirnos bien porque recurre al altruismo que impregna nuestra cultura. Y cualquiera que acepte el altruismo y realmente quiera practicarlo acabará sobreponiendo la moralidad a las consecuencias económicas, y, como vimos en el resurgir del colectivismo durante el siglo XX, a la propia realidad. ¿Qué más da si la gente tiene que sacrificar sus trabajos? El sacrificio es la esencia del altruismo. ¿Qué más da si hay que mentir sobre la economía? El altruismo requiere que ignoremos la forma como el mundo realmente funciona, así que una “mentira noble” de vez en cuando no es sólo necesaria, es también buena.
Mucha gente entiende que el salario mínimo desafía la realidad económica. Lo que necesitamos es más gente que entienda que la moralidad del altruismo desafía la realidad. La vida humana y la felicidad requieren libertad, incluyendo la libertad de competir en el mercado laboral con salarios más bajos; y, sin embargo, esa es precisamente la realidad que los altruistas quieren que ignoremos en nombre de los “pobres”. Por eso es inviable, y por eso cualquier política basada en esa moralidad acabará siendo destructiva.
Para acercarnos a la libertad – para derrotar la incoherencia insensata e inmoral que el salario mínimo representa – es el altruismo al que tenemos que derrotar.
# # #
Por Yaron Brook

Protestar bloqueando calles es irracional e inmoral

protesta 
La moda argentina de protestar bloqueando las calles es irracional y viola los derechos individuales.
Muchas cosas forman parte del paisaje típico argentino: el mate, el tango, los cafés en cada esquina. Pero en las últimas décadas se ha agregado una más: el bloqueo de la vía pública como forma de protesta. Es normal para un residente en cualquier ciudad del país encontrar que la vía pública por la que pretende circular está bloqueada, y tener que cambiar su recorrido o resignarse a esperar durante horas hasta que cese la situación. 


En la Argentina, este tipo de expresiones en la vía pública es realizado por las más diversas causas y por los más diversos grupos: agrupaciones de izquierda protestando contra el capitalismo, trabajadores despedidos queriendo ser reincorporados a su trabajo, ecologistas pidiendo la abolición de los combustibles fósiles, vecinos indignados por un corte de luz, y hasta supuestos defensores de la libertad vociferando su insatisfacción contra el gobierno socialista de turno. Todos ellos, aunque estén en antípodas ideológicas, tienen algo en común: están violando los derechos individuales de terceros, al implementar su protesta de la forma en que lo hacen.
El corte de calles tiene muchas más repercusiones que simplemente impedir circular por un determinado lugar (lo que de por sí ya es importante): afecta el derecho a desplazarse, a trabajar, a ejercer el comercio, a usar la propiedad privada, y a un largo etcétera. Todos estos derechos están protegidos constitucionalmente, y juntos constituyen la libertad individual. Para ejemplificar este punto, basta sólo imaginar la siguiente situación: un comerciante que necesita desplazarse del punto A al punto B para entregar una mercadería y cumplir con un contrato se ve impedido de hacerlo debido a que un grupo de personas está bloqueando la ruta que debe tomar. El comerciante se ve imposibilitado de honrar su contrato, ya que no puede llegar al lugar de su cumplimiento; el contratante, por su parte, ve insatisfecha su pretensión contractual, y el intercambio de bienes se ve frustrado. Durante la misma protesta, un ciudadano que necesita sacar el auto del garaje para llevar a su hijo al hospital no puede hacerlo porque la pandilla manifestante está bloqueando la salida de su casa. Las consecuencias del impedimento de circular son incontables, y su impacto en la vida de los individuos puede extenderse de manera larga y catastrófica.
Como dijo Ayn Rand, si el supuesto “derecho” a bloquear las calles se le reconoce legal o judicialmente a un grupo, ese mismo “derecho” se le debe reconocer a todos, sin distinciones de ideología o motivo de la protesta; eso es igualdad ante la ley. Pero que ese supuesto “derecho” sea reconocido legalmente no significa que sea moral ni correcto: nadie tiene derecho a marchar por la vía pública violando los derechos de terceros. Sí existe el derecho a reunirse, pero sólo en la propiedad privada de quien quiera protestar, o en la de sus adherentes. Sí existe el derecho a la libertad de expresión y a vociferar las propias opiniones, pero no a hacerlo en la vía pública. También es importante recordar que, así como sería absurdo reconocerle a un solo individuo la facultad de interrumpir el tránsito de miles de personas, igual de absurdo es otorgarle esa prerrogativa a una turba. Citando de nuevo a Ayn Rand: “Un grupo, como tal, no tiene derechos. Un hombre no puede adquirir nuevos derechos por unirse a un grupo, ni perder los derechos que ya posee”.
Otro aspecto a considerar respecto a las multitudes que se manifiestan cortando las calles es que son una forma moderna de tribalismo. Es así porque esas pequeñas masas son aglomerados de personas que buscan desesperadamente la protección del grupo, de la tribu, de un colectivo que pueda de alguna manera guiarlas y proveerles los resultados que ellos, de manera individual, se sienten incapaces de conseguir. El tribalismo es resultado del colectivismo, de la creencia que el individuo no tiene capacidad intelectual ni moral para valerse por sí mismo, y que existe sólo para y en función del grupo. Manifestarse a través del bloqueo de la vía pública, escudarse en el anonimato y en la protección que otorga el tropel, y esperar que, de alguna forma, el simple aglomerado logre algo, es ser un tribalista; es un síntoma de la mentalidad anti-conceptual—de ser incapaz de lidiar con conceptos y abstracciones, de necesitar el amparo de un grupo para lidiar con los asuntos que las mentalidades conceptuales pueden resolver.
Lo que sucede a diario en las calles argentinas es calamitoso. El bloqueo de la vía pública como modo de protesta es ilegítimo (aunque sea legal en los hechos), no debería permitírsele a nadie, y el gobierno debería asumir su rol de protector de los derechos individuales prohibiendo de plano ese modo de manifestarse. No importa que la causa subyacente a la protesta sea noble, eso no es excusa para truncar las libertades individuales de terceras personas.
Los ciudadanos deben dejar de lado la resignación; deben dejar de aceptar el bloqueo de calles por parte de sus compatriotas como si ello fuese algo metafísicamente dado e inalterable; deben exigirles a las autoridades y a sus pares que hagan cesar ese comportamiento. Los argentinos deben entender que hay otros modos de expresarse, modos que sí constituyen libertad de expresión y que han demostrado ser más efectivos que unirse a una caterva. La realidad dicta que no existe relación lógica entre cortar una calle y solucionar un problema completamente ajeno a ese hecho. Hoy, con el estado de la tecnología y los medios de comunicación (y del conocimiento), no hay excusa para seguir utilizando medios tan rudimentarios y tribales para expresarse. Darse cuenta de ello sólo requiere usar la razón, y quien no lo entienda no la está usando.
Citando una vez más a Rand: “Tú no ves a los defensores de la razón y de la ciencia bloqueando las calles, pensando que al usar sus cuerpos para detener el tráfico van a poder resolver algún problema”.
# # #
Por Agustina Vergara Cid

Los derechos individuales como absolutos

Derechos individuales 
La política, al igual que la ética, es una rama normativa de la filosofía. La política define los principios de un sistema social apropiado, incluyendo las funciones propias de un gobierno.
Vivir en sociedad es un valor para el hombre si es el tipo correcto de sociedad. El tipo errado, como cualquier otro curso de acción errado, es una amenaza para el hombre, y puede ser fatal.
Hay un único estándar que pueda guiar a un pensador a definir el sistema social “correcto”: el código de valores morales del hombre, es decir, los principios de la ética. La política está basada en la ética (y por lo tanto en la metafísica y la epistemología); es una aplicación de la ética a cuestiones sociales. La política, por lo tanto, es una conclusión extraída de todos los fundamentos de un sistema filosófico; no es donde el sistema empieza ni ningún tipo de aspecto primario. Eso es cierto de cualquier teoría política, sin importar dónde esté en el espectro ideológico.
¿Qué tipo de sociedad se ajusta a – o refleja – los principios de la moralidad? Esa es la pregunta planteada por la política filosófica. Dada la moralidad Objetivista, la pregunta se convierte en: ¿Qué tipo de sociedad se ajusta a los requerimientos de la vida del hombre? ¿Qué tipo hace posibles las virtudes que hemos estado estudiando? ¿Qué tipo representa la supremacía de la razón?
El principio básico en política, según Objetivismo, es el principio que fue ratificado por los Padres Fundadores de los Estados Unidos: Los derechos individuales.


“Derechos”, dice Ayn Rand,
son un concepto moral, un concepto que proporciona una transición lógica desde los principios que guían las acciones de un individuo hasta los principios que guían su relación con otros, el concepto que preserva y protege la moralidad individual en un contexto social, el vínculo entre el código moral de un hombre y el código legal de una sociedad, entre ética y política. Los derechos individuales son la forma de subordinar la sociedad a la ley moral. 
Un “derecho”, en la definición de Ayn Rand, “es un principio moral que define y sanciona la libertad de acción de un hombre en un contexto social”. Un derecho es una sanción a la acción independiente; lo contrario de actuar por derecho es actuar por permiso. Si alguien pide prestado tu lápiz, tú estableces los términos de su uso. Cuando lo devuelve, nadie puede establecer los términos por ti; tú lo usas por derecho.
Un derecho es una prerrogativa que no puede ser moralmente infringida o alienada. De hecho, los delincuentes son posibles; hombres inocentes pueden ser robados o esclavizados. En tales casos, sin embargo, los derechos de la víctima continúan siendo inalienables: el derecho sigue estando del lado de la víctima; el delincuente está actuando mal.
Si un hombre viviese en una isla desierta, no tendría sentido definir su relación correcta con otros. Aunque los hombres interactuasen en una isla pero lo hiciesen al azar, sin establecer un sistema social, el tema de los derechos sería prematuro. Aún no habría ningún contexto para el concepto ni, por lo tanto, ningún medio para implementarlo; no existiría una entidad que lo interpretase, lo aplicase, lo hiciese cumplir. Cuando los hombres deciden formar (o reformar) una sociedad organizada, sin embargo, cuando deciden perseguir sistemáticamente las ventajas de vivir juntos, entonces sí que necesitan ser guiados por un principio. Ese es el contexto en el que el principio de derechos surgiría. Si tu sociedad ha de ser moral (y por lo tanto práctica), dice ese principio, debes empezar reconociendo los requerimientos morales del hombre en un contexto social; es decir, debes definir la esfera de la soberanía que es prescrita para cada individuo por las leyes de la moralidad. Dentro de esa esfera, el individuo actúa sin necesidad de ningún acuerdo o aprobación de otros, y esos otros no pueden interferir.
En su contenido, como reconocieron los Padres Fundadores, hay un solo derecho fundamental que tiene varios derivados importantes. El derecho fundamental es el derecho a la vida. Sus principales derivados son el derecho a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad.
El derecho a la vida significa el derecho a mantener y proteger la propia vida. Significa el derecho a tomar todas las acciones requeridas por la naturaleza de un ser racional para preservar su vida. Para sustentar su vida, el hombre necesita un método de supervivencia: debe usar su facultad racional para adquirir conocimiento y elegir valores, y luego actuar para alcanzar sus valores. El derecho a la libertad es el derecho a ese método; es el derecho a pensar y a elegir, y luego a actuar de acuerdo con el propio juicio de uno. Para sustentar su vida, el hombre necesita crear los medios materiales de su supervivencia. El derecho a la propiedad es el derecho a ese proceso; en la definición de Ayn Rand, es “el derecho a obtener, mantener, usar y disponer de valores materiales”. Para sustentar su vida, el hombre necesita ser gobernado por un cierto motivo: su objetivo debe ser su propio bienestar. El derecho a la búsqueda de la felicidad es el derecho a este motivo; es el derecho a vivir para el propio beneficio y la propia realización de uno.
Los derechos forman una unidad lógica. En palabras de Samuel Adams, todos ellos son “ramas manifiestas, en vez de deducciones a partir de él, del deber de auto-preservación, comúnmente llamado la primera ley de la naturaleza”. Sería una cruda contradicción decirle a un hombre: tienes derecho a la vida, pero necesitas permiso de otros para pensar o actuar. O bien: tienes derecho a la vida, pero necesitas permiso de otros para producir o consumir. O bien: tienes derecho a la vida, pero ni se te ocurra perseguir ningún motivo personal sin la aprobación del gobierno.
Los derechos a la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad, aunque mal interpretados e implícitamente negados por los intelectuales de hoy, todavía reciben alguna atención formal en Occidente. El derecho a la propiedad, sin embargo, es regularmente atacado; la propiedad privada, alegan los intelectuales, colisiona con el principio mismo de derechos humanos. Ayn Rand responde a esta alegación de forma elocuente:
Así como el hombre no puede existir sin su cuerpo, así tampoco los derechos pueden existir sin el derecho a traducir los derechos de uno a la realidad – a pensar, a trabajar y a conservar los resultados – lo que significa: el derecho a la propiedad. Los modernos místicos del músculo que te ofrecen la fraudulenta alternativa de “derechos humanos” contra “derechos de propiedad”, como si uno pudiese existir sin el otro, están haciendo un último y grotesco intento por revivir la doctrina del alma contra el cuerpo. Sólo un fantasma puede existir sin propiedad material, sólo un esclavo puede trabajar sin derecho al producto de su esfuerzo. La doctrina de que los “derechos humanos” son superiores a los “derechos de propiedad” significa simplemente que algunos seres humanos tienen el derecho a convertir a otros en su propiedad; como el competente no tiene nada que ganar del incompetente, lo que significa es el derecho del incompetente a poseer a quienes son mejores que él y usarlos como ganado de explotación. Quien considere esto como humano y como correcto, no tiene derecho a ser llamado “humano”.
Dado que el hombre es un ser integrado de mente y cuerpo, cada derecho implica todos los demás; ninguno de ellos es definible o posible si está separado del resto. No puede haber un derecho a pensar sin un derecho a actuar: pensar (para un hombre racional) es una guía a la acción; el proceso consiste en establecer los fines y los medios de la acción de uno por medio de la identificación de hechos y de valores. De modo similar, no puede haber un derecho a actuar separado del derecho a poseer: una acción requiere el uso de objetos materiales (incluso el acto de hablar requiere un pedazo de tierra sobre el que pisar). La libertad – como el hombre – es indivisible. O, en palabras de Ayn Rand: “La libertad intelectual no puede existir sin la libertad política; la libertad política no puede existir sin la libertad económica; una mente libre y un mercado libre son corolarios”.
Pasando ahora a la cuestión de la validación lógica: puesto que no son primarios, los derechos del hombre requieren demostración a través de un proceso apropiado de reducción. En el enfoque Objetivista, la naturaleza de tal reducción es fácil de ver. Cada uno de los derechos del hombre tiene un origen específico en la ética Objetivista y, por debajo de eso, en la visión Objetivista de la naturaleza metafísica del hombre (que a su vez se basa en la epistemología y la metafísica Objetivista). El hombre es un cierto tipo de organismo viviente – lo que nos lleva a su necesidad de moralidad y que la vida del hombre sea el estándar moral – lo que nos lleva al derecho a actuar dejándose guiar por ese estándar, es decir, al derecho a la vida. La razón es el medio básico de supervivencia del hombre – lo que nos lleva a que la racionalidad sea la virtud principal – lo que nos lleva al derecho a actuar de acuerdo con el juicio de uno, es decir, al derecho a la libertad. A diferencia de los animales, el hombre no sobrevive adaptándose a lo dado – lo cual nos lleva a que la productividad sea una virtud cardinal – lo que nos lleva al derecho a guardar, usar y disponer de las cosas que uno ha producido, es decir, al derecho a la propiedad. La razón es un atributo del individuo, un atributo que exige, como condición para poder funcionar, un compromiso inquebrantable con la realidad – lo que nos lleva a la ética del egoísmo – lo que nos lleva al derecho a la búsqueda de la felicidad.
Ya que una filosofía correcta es un sistema integrado, cada derecho se basa no sólo en un único principio ético o metafísico, sino en todos los principios que acabamos de mencionar (y en última instancia en todos los principios, de cada una de las ramas de la filosofía, que preceden al tema de los derechos).
Todos los derechos se basan en el hecho de que la vida del hombre es el estándar moral. Los derechos son derechos a los tipos de acciones necesarias para la preservación de la vida humana. Así como “sólo el concepto de ´vida´ hace posible el concepto de ´valor´”, así también son sólo los requerimientos de la vida del hombre los que hacen posible la moralidad, y por lo tanto, el concepto de “derechos”.
Todos los derechos están basados en el hecho de que el hombre sobrevive por medio de la razón. Los derechos son derechos sobre las acciones necesarias para la preservación de un ser racional. Sólo una entidad con una facultad conceptual tiene criterio bajo el cual actuar, voluntad con la cual seleccionar objetivos, e inteligencia con la cual crear riqueza.
Todos los derechos están basados en el hecho de que el hombre es un ser productivo. Los derechos presuponen que los hombres pueden vivir juntos sin sacrificar a nadie. Si el hombre sólo consumiese objetos provistos en una cantidad estática por la naturaleza, entonces cada hombre sería una amenaza potencial para todos los otros. En tal caso, la regla de la vida tendría que ser la que gobierna a las especies inferiores: agarra lo que puedas antes de que los demás lo cojan, come o sé comido, mata o muere.
Todos los derechos están basados en la ética del egoísmo. Los derechos son posesiones egoístas de un individuo, la confirmación del derecho a su vida, su libertad, su propiedad, la búsqueda de su propia felicidad. Sólo un ser que es un fin en sí mismo puede reivindicar una aprobación moral a una acción independiente. Si el hombre existiese para servir a una entidad fuera de sí mismo, fuese Dios o la sociedad, entonces él no tendría derechos, sino solamente los deberes de un sirviente.
Quienquiera que entienda la filosofía de Objetivismo (o implícitamente acepte una moralidad aristotélica de interés propio, como pasó con los pensadores políticos de la Ilustración) puede comprender los derechos humanos adecuados sin esfuerzo; esto puede hacer que él considere que tales derechos, de la forma que expresa la Declaración de Independencia [de USA], son “evidentes”. Los derechos, sin embargo, no son evidentes. Son corolarios de una ética aplicada a una organización social… siempre que uno tenga la ética correcta. Si uno no la tiene, entonces ninguna de las dos se sostiene.
Los derechos a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad son los únicos derechos discutidos por la política filosófica. Son los únicos derechos formulados en términos de abstracciones generales y basados directamente en principios éticos universales. Las numerosas aplicaciones e implementaciones de esos derechos, como la libertad de prensa o un juicio con un jurado, o las demás prerrogativas detalladas en la Declaración de Derechos [de USA], pertenecen al campo de la filosofía del derecho, y requieren para su validación un proceso de reducción a los derechos filosóficos del hombre.
Por su naturaleza, el concepto de “derecho” se refiere, en palabras de Ayn Rand, “sólo a la acción, específicamente, a la libertad de acción. Significa ser libre de compulsión física, de coerción o de interferencia por parte de otros hombres”. Como cada hombre está obligado a auto-sustentarse, nadie tiene derecho a las acciones o productos de otros hombres (a menos que se gane ese derecho a través de un proceso de intercambio voluntario). Un derecho no es un derecho a la asistencia o una garantía de éxito; si lo que uno busca implica la actividad de otros hombres, entonces es el derecho que ellos tienen de decidir si cooperar o no. Los derechos de un hombre no le imponen deberes a otros, sino sólo una obligación negativa: esos otros no pueden legítimamente violar los derechos de él.
El derecho a la vida es el derecho a un proceso de auto-preservación; no significa que otras personas deban darle alimento a alguien cuando esté hambriento, medicinas cuando esté enfermo, o trabajo cuando esté desempleado. El derecho a la libertad no significa que otros deban satisfacer los deseos de una persona o ni siquiera estar de acuerdo en tratar con él en nada. El derecho a la propiedad no significa el derecho a que el gobierno le dé a uno propiedades, sino a producir y de esa forma ganársela. El derecho a la búsqueda de la felicidad es precisamente eso: a buscarla, no necesariamente a conseguirla; si no fuese así, uno podría alegar que sus prójimos, al no darle los favores que él quiere, están destruyendo su felicidad y de esa forma violando los derechos de él. ¿Qué pasaría entonces con los derechos de ellos?
Si los derechos son definidos en términos racionales, entonces ningún conflicto es posible entre los derechos de un individuo y los de otro. Cada hombre es soberano. Cada uno es absolutamente libre dentro de la esfera de sus propios derechos, y cada hombre tiene los mismos derechos.
Si uno separa el concepto de “derechos” de la razón y la realidad, sin embargo, entonces sólo conflicto es posible, y la teoría de los “derechos” se autodestruye. Así como los malos principios expulsan a los buenos, así también los falsos derechos – los que reflejan principios malvados – expulsan a los derechos válidos… un proceso que está totalmente pervertido hoy día con la proliferación de palabrería contradictoria como “derechos económicos”, “derechos colectivos”, “derechos fetales” y “derechos de los animales”.
“Derechos económicos” en este contexto significa el derecho de un hombre, por el simple hecho de existir, a bienes y servicios hechos por el hombre, tales como alimentos, ropa, vivienda, trabajo, educación, guardería, cuidados médicos, una pensión de jubilación. Todos estos supuestos derechos tienen dentro una contradicción: si mi derecho a la vida implica un derecho a tu trabajo o al resultado de tu trabajo, entonces tú no puedes tener derecho a la libertad o a la propiedad. Si mi exigencia inmerecida no es satisfecha, mi “derecho” es violado; si es satisfecha – como una cuestión de derecho, sin tener en cuenta lo que tú decidas – entonces es tu derecho a la vida lo que es violado; tú te conviertes en una criatura sin derechos, que funciona con mi permiso o el de la sociedad. Leche gratis para una parte de la población, de la forma que explica este punto un teórico político, significa trabajos forzados para el resto. El “derecho a esclavizar”, observa Ayn Rand, es una contradicción en términos; significa el derecho a infringir los derechos.
Los derechos del hombre incluyen prerrogativas “económicas” exclusivamente en forma del derecho a la propiedad, y de los derechos a la libre asociación y al libre comercio (como aspectos de la libertad). Hablar de “derechos económicos” en cualquier otro sentido significa destruir el concepto de “derechos”. Tal noción representa el intento, derivado de la ética del auto-sacrificio, de convertir las necesidades de un hombre en deberes impuestos sobre los demás; es una inversión que de un plumazo destruye la esencia de la virtud para ambas partes, quien necesita y quien es necesitado. Virtud, como sabemos, es acción auto-generada y auto-sustentable.
“Derechos colectivos” quiere decir derechos que pertenecen a un grupo cual grupo, derechos supuestamente independientes de los poseídos por el individuo. Y así oímos hablar de derechos especiales de empresarios, trabajadores, agricultores, consumidores, de los jóvenes, los ancianos, los estudiantes, las mujeres, la raza, la clase, la nación, el público. Los portavoces de tales grupos presentan demandas que violan los derechos legítimos o de personas fuera del grupo y/o de los que están dentro de él. Las demandas varían desde favores económicos a poderes especiales a una masacre directa. Al igual que la teoría de los “derechos económicos”, todas esas variantes colectivistas reflejan la ética del auto-sacrificio; todas las variantes dividen a los hombres en beneficiarios y sirvientes, en amos y esclavos, y de esa forma invalidan el concepto de “derechos”, sustituyéndolo por el principio de la ley de la chusma.
“Un grupo”, observa Ayn Rand,
no puede tener más derechos que los derechos de sus miembros individuales. En una sociedad libre, los “derechos” de cualquier grupo se derivan de los derechos de sus miembros a través de su elección voluntaria e individual y de su acuerdo contractual, y son simplemente la aplicación de esos derechos individuales a un proyecto específico. . .
Un grupo como tal no tiene derechos. Un hombre no puede adquirir nuevos derechos por unirse a un grupo, ni perder los derechos que ya posee. El principio de los derechos individuales es la única base moral de todos los grupos o asociaciones.
“Derechos individuales”, en resumen, es una redundancia, aunque sea necesaria en el caos intelectual de hoy. Sólo el individuo tiene derechos.
Así como no existen los derechos de grupos de individuos, tampoco existen los derechos de partes de individuos: no existen los derechos de brazos o de tumores o de ningún pedazo de tejido que crezca dentro de una mujer, incluso aunque tengan la capacidad de llegar a ser un ser humano en algún momento futuro. Una potencialidad no es una realidad, y un óvulo fecundado, un embrión o un feto no son un ser humano. Los derechos pertenecen sólo al hombre, y hombres son entidades, organismos que están biológicamente formados y físicamente separados uno del otro. Lo que vive dentro del cuerpo de otro no puede hacer ninguna reivindicación contra su anfitrión”.
La paternidad responsable requiere décadas dedicadas a criar apropiadamente del hijo. Sentenciar a una mujer a tener un hijo contra su voluntad es una abominable violación de sus derechos: de su derecho a la libertad (a las funciones de su cuerpo), de su derecho a la búsqueda de la felicidad, y, a veces, de su derecho a la vida misma, incluso como sierva. Esa sentencia representa el sacrificio de lo real a lo potencial, de un ser humano de verdad a un trozo de protoplasma, que no tiene vida en el sentido humano del término.  Es una pura perversión del lenguaje el que los que demandan ese sacrificio se autodenominen “defensores del derecho a la vida”.
El punto culminante (hasta la fecha) de la campaña contra los “derechos” es separar ese concepto totalmente de la especie humana, o sea, alegar que los animales tienen derechos.
Los derechos son normas morales que instan a la persuasión en vez de a la coacción, y no hay forma de aplicar la moralidad a lo amoral, o la persuasión a lo no-conceptual. Un animal no necesita justificar su comportamiento; no actúa por derecho o por permiso; percibe objetos y acto seguido simplemente reacciona como tiene que hacer. Al tratar con tales organismos, no hay ninguna ley aplicable excepto la ley de la selva, la ley de la fuerza contra la fuerza.
Un animal (por su naturaleza) está ocupado sólo de su supervivencia; el hombre (por elección) debe ocuparse sólo de la suya, lo cual requiere que establezca un dominio sobre las especies inferiores. Algunas de ellas amenazan su vida y deben ser exterminadas; otras sirven como fuentes de comida o de vestidos, como objetos para la investigación médica, incluso como objetos de recreación o que sustituyen a una amistad (mascotas). Por su naturaleza y en todo el reino animal, la vida sobrevive alimentándose de vida. Exigir que el hombre ceda ante los “derechos” de otra especie es despojar al propio hombre del derecho a la vida. Se trata de “otro-ismo”, o sea, altru-ismo, un altruismo que se ha vuelto loco.
Un hombre debe respetar la libertad de los seres humanos por una razón egoísta: él puede beneficiarse enormemente de las acciones racionales de otros. Pero un hombre no gana nada respetando la “libertad” de los animales; al contrario, esa política podría poner en serio peligro su supervivencia. ¿Cómo puede el hombre moralmente infligir dolor a otra especie o tratarla como un medio para sus propios fines? Puede hacerlo, responde Objetivismo, cuando tratarla de esa forma sea necesario o conveniente, a juzgar por el estándar de moralidad; puede hacerlo porque las necesidades del hombre son la raíz del concepto “moral”. La fuente de los derechos, igual que la de las virtudes, no es el nivel perceptual-sensorial de la consciencia, sino el nivel conceptual. La fuente no es la capacidad de experimentar dolor, sino la capacidad de pensar.
No hay derechos sobre el trabajo de otros hombres, ni derechos de grupos, partes o no-humanos. Lo único que hay son los derechos del hombre, su derecho a perseguir por su cuenta un determinado curso de acción.
Los derechos del hombre, mantiene Ayn Rand, pueden ser violados sólo por un medio: por la iniciación de la fuerza física (incluyendo sus formas indirectas, como el fraude). Uno no puede expropiar los valores de un hombre, o impedirle perseguir sus valores, o esclavizarlo de alguna manera, si no es usando la fuerza física. Cualquiera que se abstenga de tal iniciación – sean cuales sean sus virtudes o sus vicios, su conocimiento o sus errores – necesariamente deja intactos los derechos de otros.
Aunque pensadores anteriores, incluyendo los Padres Fundadores, a menudo insinuaban lo anterior, ellos no llegaron a identificarlo explícitamente. Eso representó una laguna en la teoría de los derechos que hizo imposible su aplicación consistente a la realidad. Así, si un hombre no tiene educación o no ha sido capacitado formalmente para saber cómo elegir y actuar – muchos pensadores de la Ilustración creían – él no sabrá cómo ejercer su derecho a la libertad; esa creencia llevó a defender la educación estatal como un medio para proteger los derechos. O, un siglo más tarde: si un hombre no puede competir en un campo determinado por causa del poder económico de los ya establecidos en él – declaraban los conservadores Republicanos – su libertad queda reducida por esa misma razón; esa creencia llevó al principal precursor del estatismo norteamericano del siglo XX: la Ley Sherman Antimonopolios de 1890. Los supuestos defensores de la libertad, en esos casos, no hicieron ningún esfuerzo por señalar que algunos estaban iniciando el uso de la fuerza física; no había ningún principio reconocido que pudiera guiarles en sus interpretaciones transcendentales, ningún principio que definiese lo que constituye infracción o protección de derechos. De esa forma la puerta quedó abierta para la idea hegeliana de que la coacción – obligatoriedad escolar, impuestos obligatorios, competencia obligatoria, etc. – es el medio para conseguir la libertad; es decir, la puerta estaba abierta para la destrucción del concepto de “derechos”.
El descubrimiento de Ayn Rand de que los derechos pueden ser violados solamente por el uso de la fuerza física es histórico. Es esencial para completar adecuadamente la teoría de los derechos, dándoles a los hombres por primera vez los medios para implementar la teoría objetivamente. El violador de derechos, en la visión de Ayn Rand, no ha de ser detectado por “intuición”, emoción, o voto; su acción es un hecho tangible, manifiesto en principio para la percepción sensorial. La protección de los derechos, de acuerdo con eso, incluye una única función: proteger al inocente de tal acción.
El descubrimiento de Ayn Rand, en política, de la relación entre derechos y fuerza proviene de su descubrimiento, en ética, de la maldad moral de la fuerza física. La fuerza, enseña su ética, es una forma de acción – la única – que paraliza y anula la mente de la víctima. Es por lo tanto la única maldad que un hombre puede perpetrar contra otro y que niegue la herramienta de supervivencia de la víctima, o sea, que literalmente detenga la acción de auto-preservación humana, o sea, que contradiga el derecho a vivir.
Un individuo puede ser perjudicado de numerosas formas por la irracionalidad, la deshonestidad y la injusticia de otros hombres. Sobre todo, puede decepcionarse, quizás seriamente, por la maldad de una persona en quien una vez había confiado o incluso amado. Pero mientras su propiedad no le sea expropiada y él no sea molestado físicamente, el daño que sufre es esencialmente espiritual, no físico; en tal caso, sólo el individuo que ha sido víctima tiene el poder y la responsabilidad de curar sus propias heridas. Él sigue libre: libre de pensar, de aprender de sus experiencias, de buscar relaciones humanas en otro lugar; continúa libre para comenzar de nuevo y perseguir su felicidad. Sólo el crimen de la fuerza es capaz de hacer que su víctima se vuelva indefensa. La responsabilidad moral de una sociedad organizada, por lo tanto, radica en una sola obligación: la de proscribir ese crimen, o sea, la de proteger los derechos individuales.
La razón tiene un requisito social y sólo uno: la libertad; tal es la esencia del argumento de los derechos del hombre. Metafísicamente, el individuo es soberano (es un ser de un alma que él mismo ha creado). Éticamente, él está obligado a vivir como un soberano (como un egoísta independiente). Políticamente, por lo tanto, él debe ser capaz de actuar como un soberano.
Los hombres pueden optar por no reconocer los derechos, así como pueden optar por descartar la moralidad o evadir la realidad; pero no pueden hacerlo con total impunidad. Tanto en teoría como en la práctica empapada de sangre, hay sólo una alternativa a la libertad: la tentativa de los hombres de vivir desafiando los requerimientos de la razón. Esto significa la tentativa de sobrevivir sin una herramienta de supervivencia.
Los derechos son principios objetivos; son objetivos tanto en cuanto a contenido como en cuanto a validación. “La fuente de los derechos del hombre”, dice Ayn Rand,
no es ni la ley divina ni la ley del congreso, sino la ley de identidad. A es A, y el Hombre es el Hombre. Los derechos son las condiciones de la existencia requeridas por la naturaleza del hombre para su supervivencia apropiada. Si el hombre debe vivir en la tierra, es correcto que use su mente, es correcto que actúe de acuerdo con su propio libre albedrío, es correcto trabajar para sus valores y conservar el producido de su trabajo. Si la vida en la tierra es su propósito, tiene derecho a vivir como un ser racional: la naturaleza le prohíbe lo irracional.
De nuevo vemos aquí en funcionamiento la alineación con la primacía de la existencia. El mundo, incluyendo el hombre, es de una cierta forma; por lo tanto, si el hombre quiere sobrevivir, debe actuar en consecuencia.
En una filosofía basada en la primacía de la consciencia, en contraste, los derechos, si llegan a ser defendidos, proceden de los edictos de una consciencia.
El individuo, dice el intrinsicista que acepta los derechos, es una creación de Dios, y por tanto es propiedad de Él, no propiedad del colectivo. Tal enfoque implica una negación de los derechos; significa que sólo Dios es moralmente soberano. En la práctica, eso lleva a la conclusión de que el hombre en la tierra puede ser usado y desechado por los representantes de Dios en la tierra.
Ninguna sociedad religiosa ha apreciado ni protegido jamás la libertad individual, que es un valor y un logro puramente secular. Los derechos, contrariamente a una formulación muy común durante la Ilustración, no proceden del hacedor del hombre o de su “creador”. Proceden del hecho de la existencia del hombre y de los requerimientos de su supervivencia, da igual de dónde haya venido.
En la variante subjetivista (social), la fuente de los derechos son los sentimientos o las leyes del grupo. Esto representa una negación explícita de los derechos. En esta visión, los “derechos” de un hombre no son más que permisos que le son concedidos (temporalmente) por otros hombres.
La verdad es que los derechos son terrenales y absolutos al mismo tiempo, porque su fuente no es ni Dios ni el grupo, sino la realidad; la realidad, junto con la decisión de permanecer en ella.
“Individualismo” significa énfasis en el individuo. Los subjetivistas de la variedad personal usan el término para designar y justificar su adoración al capricho. Ayn Rand, sin embargo, usa el término dentro del contexto de sus premisas básicas. “Individualismo” es la visión de que, en asuntos sociales, el individuo es la unidad de valor; esto es un corolario moral del principio de que cada hombre es un fin en sí mismo. Políticamente, como expresión de este enfoque, un sistema social “individualista” es el que defiende los derechos individuales.
Lo contrario de individualismo es cualquier moralidad que valore algo – cualquier cosa – por encima del hombre como individuo, y cualquier política que ponga cualquier cosa por encima de los derechos individuales. Si dejamos de lado las supuestas afirmaciones de que Dios, los animales o la capa de ozono tienen preferencia en este sentido, entonces el competidor filosófico del individualismo es el colectivismo. El colectivismo es una aplicación a la política de la ética del altruismo. Dado que el hombre existe exclusivamente para servir a los otros hombres, dice, los derechos individuales son un mito; el grupo es la unidad de valor y el titular de la soberanía.
Nadie puede convertir al hombre en un eslabón en la cadena de la sociedad; no en un eslabón pensante. Lo único que uno puede conseguir si lo intenta es destruir al hombre. Un sistema colectivista, por lo tanto, igual que cualquier otra forma de irracionalidad, es necesariamente auto-destructivo, sean cuales sean sus líderes o políticas específicas. El mal es impotente en todas sus versiones y en todos los campos, incluida la política.
Ayn Rand es más realista que los aterrorizados anti-comunistas de la época de la Guerra Fría, que temblaban ante la supuesta practicidad de la dictadura. El mejor símbolo de este tema es el contraste entre dos proyecciones de un futuro colectivista: la novela 1984 de George Orwell contra Himno [Anthem, en el original, N. del T.] de Ayn Rand (publicado más de una década antes, en 1938). Orwell ve la libertad como un lujo; cree que uno puede acabar con todo vestigio de pensamiento libre y aún así mantener una civilización industrial. ¿La mente de quién la está manteniendo? No hay respuesta. Himno, en contraste, nos muestra “eslabones sociales” que han retrocedido, tanto espiritual como materialmente, a su condición de salvajes primitivos. Cuando los hombres pierden la libertad de pensar, entiende Ayn Rand, pierden los productos del pensamiento también.
La evidencia histórica que apoya la posición de Ayn Rand sigue acumulándose. La última parte (1990) es el desmoronamiento mundial del comunismo. Las víctimas de Marx, sin comprensión ni ideología, huyen para salvar sus vidas hacia alguna forma de economía de mercado. Sin libertad, incluso los líderes soviéticos admiten ahora, un país no tiene más futuro que morirse de hambre.
Durante setenta y cinco años, al ser confrontados con los fracasos del colectivismo, los intelectuales de Occidente se han refugiado en la dicotomía cuerpo-mente. El socialismo o el comunismo, dicen, son nobles en teoría, pero no son prácticos. Desde luego que no son prácticos. La razón es que son falsos y malvados en teoría.
El individuo es una entidad autónoma, cuyos derechos son un absoluto. Este es un hecho que no puede ser reescrito. Es el hecho con el cual cualquier teoría política verdadera y noble debe comenzar.